Hola. Soy una entrada programada.
Cuando yo tenía veinte años no había e-books. Los móviles no tenían internet. Internet, de hecho, no se daba por sentado: era una cosa que conseguías mediante el cable del teléfono, que implicaba ruidos que parecían mensajes cifrados alienígenas y que no se podía simultanear con hablar por el fijo. Las fotos se cargaban franja por franja y a veces petaba la cosa antes de que se cargasen enteras. Las gilimoñeces que ahora se comparten por facebook (que no había facebook, hijitos) te las mandaban al correo, cuyo rey era hotmail. El medio de comunicación era el messenger.
Cuando yo tenía veinte años no había e-books. Los móviles no tenían internet. Internet, de hecho, no se daba por sentado: era una cosa que conseguías mediante el cable del teléfono, que implicaba ruidos que parecían mensajes cifrados alienígenas y que no se podía simultanear con hablar por el fijo. Las fotos se cargaban franja por franja y a veces petaba la cosa antes de que se cargasen enteras. Las gilimoñeces que ahora se comparten por facebook (que no había facebook, hijitos) te las mandaban al correo, cuyo rey era hotmail. El medio de comunicación era el messenger.
Nos faltaba pintar
bisontes en el gotelé, pensaréis.
Qué cojoleches tiene esto que
ver con escribir, os preguntaréis. Pues mucho. Mi forma de enterarme
de las últimas novedades era irme a la Fnac y pasearme por los
montones. Si quería libros, tenía que gastarme un mínimo de ocho
pavos por libro, si daba con ediciones en rústica de los
lanzamientos de hacía dos años, o ponerme en modo ansia viva y
rellenar desideratas en la biblioteca para que los comprasen. No
había siete millones de blogs (de hecho blogger creo que ni existía,
o si existía no era lo que conocemos hoy) reseñando libros ni mucho
menos "booktubers" básicamente porque no existía youtube.
¿Os imagináis un mundo sin youtube? Los videoclips los conocías
por los 40 principales.
Mi primera obra no cabía entera en uno de estos.
La gente que publicaba lo
hacía en papel. No había diez mil millones de resultados si
buscabas en internet "editoriales que aceptan manuscritos".
No había amazon para autopublicarte si querías tirarte a la
piscina. Apareció, un par de años después, la opción de lulu o de
bubok, que implicaban palmar pasta. Cuando eres estudiante lo que
menos tienes es dinerito fresco para estas cosas. Hasta daba cosa
imprimir y encuadernar por el sajamiento bolsillil que producía, ya
fuese en copistería o en sangre de unicornio reticulado, digo, tinta
de impresora.
Publicaba mucha menos
gente y había mucho menos donde elegir. Hoy tenemos un buffet libre
de publicaciones, digamos que se ha democratizado el tema. Pongamos
que quien no publica ahora es porque no quiere. Hoy día puedes
publicar a coste cero en digital sin intermediarios. Me llegan a
decir eso hace diez años y doy palmas con las orejas. Sin embargo,
me alegro de que no fuera así, porque puede que hubiera publicado
ciertas cosas que bajo mi criterio de aquel momento molaban mucho y
bajo el actual necesitan una limpieza con chorro de arena. En mi caso
ha sido una ventaja haber tenido que esperar.
Es como las fotos. Las
cámaras digitales estaban empezando a ser asequibles. Antes, te
pensabas bastante el encuadre y demás antes de disparar, porque el
revelado había que pagarlo y el carrete también. Ahora hacemos seis
millones de fotos con el móvil a coste cero y si salen potrosas da
igual porque las borras y ya está.
Me estoy yendo ya del
tema, que es parte de la gracia del abuelicebolletismo. Lo que vengo
a decir es que me da la sensación de que la gente dispara mucho sin
encuadrar del todo, porque es fácil y gratis. Que, aunque sea fácil
y gratis, eso no implica que tenga que ser cutre ni que dé igual que
sea cutre. Que no deberíamos descuidar la calidad. Cuando las cosas
dejan de ser difíciles parece que las valoramos menos y no debería
ser así. Deberíamos respetar lo que escribimos y no lanzarlo a la
palestra sin haberlo preparado antes a conciencia.
Por todos esos libros
bonicos que están esperando ver la luz: permitamos que maduren antes
de arrancarlos del peral para que sean todo lo que pueden ser.
A los olmos, que los hay,
no les vamos a pedir nada.
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