lunes, 9 de enero de 2017

Mono no aware

 Cosas bonitas que ha dado Japón: grabados.

Hace cosa de una década (qué vértigo da pensarlo, madre mía) a mí el rollo niponófilo me daba bastante cosica. Partamos de que me crié con los animes que echaban en las recién nacidas Antena 3 y Tele 5 (cuando el simbolito de esta última era una especie de flor, parecida a la galleta del surtido Cuétara que nadie se come) y Chicho Terremoto me daba un asco que no puede transmitirse con medios mortales. También, por aquella época, echaban Humor Amarillo. Que sí, que era muy divertido, pero mi primer contacto con lo japonés me dejó con la idea de que eran una panda de colgaos masocas y pervertidos que sólo habían dado una cosa buena: los Caballeros del Zodíaco.

Moraleja: exponed a cosas a los niños, que si no crecen perdiéndoselas.

Fundido en negro. Saltemos un par de lustros adelante. En mi adolescencia, después de tragarme Bola de Dragón entera y algún que otro anime de esos de palos parlantes o de coña como Ranma o Reena y Gaudy, descubrí cuál era mi problema con ese tipo de animación: no se toman en serio a sí mismos. Carecían de solemnidad. Me molestaba personalmente que se lo tomasen todo a coña.


Mi exposición a la cultura japonesa, basada en lo que echaban por la tele, me predispuso a mirar con una ceja enarcada a las personas humanas que me encontrase y manifestase algo tipo "a mí es que me fascina Japón". O-key. 

Moraleja: si tenéis niños/adolescentes cerca, EXPONEDLOS A COSAS.

Un día probé el sushi y flipé pepinillos. Bueno, flipé salmón con salsa de soja, pero bueno. La comida me quitó algo de recelo y me hizo darme cuenta de que, como mínimo, había cosas de Japón que no sabía. Tampoco hice mucha intención de acercarme a la parte de su cultura que no se masticaba. Otro mazazo gordo a mis prejuicios lo supuso ver La Princesa Mononoke. Eso sí que fue algo de ojiplacitez.

Una historia solemne. Una historia que se alejaba de lo grotesco. No había coñas. Había magia, y monstruos, y un bosque, y malos con chicha, y unos bichos en el bosque que...

KODAMAS.

Quisieron los hados que poco después entrase en mi vida Jesús. Fue la primera persona que me habló de Japón y con la que, a media conversación, no me encontré enarcando la ceja, sino intrigada. Me mostró la faceta de Japón que nunca había llegado a mí: la tradición, la poesía, la melancolía. Mira que yo ya llevaba un cuarto de siglo largo en esta tierra y nadie antes me había contado Japón de forma que se me despertase el gusanillo.* Y qué gusanillo.

Valga esta entrada como agradecimiento para Jesús por abrirme la puerta a un mundo que me ha llenado de felicidad. Él es la razón última por la que acabé desarrollando el Ciclo de Cuentos Nipones, y también quien propició que me acercase al folclore japonés en busca de todo lo que atesora. Las personas así hacen que el mundo sea un lugar mejor.

Fundido en negro. Dejamos de hablar de mi experiencia para pasar a la vuestra, oh inocentes lectores que no sabéis lo que viene a continuación.

Jesús Díez, la misma persona que me trajo -además de otra infinitez de cosas que no hay palabras para expresar y que, de haberlas, no cabrían en todo internet- la fascinación por la cultura nipona ha compuesto un disco que os la va a traer a vosotros, si no la sentís ya.

Voy a empezar con dos palabras: Japón y Metal. 



El disco se llama Mono no aware, un concepto tan triste como precioso. Como el mismo Jesús explica perfectamente:

Mono no Aware brings powerful symphonic metal 
together with Japanese traditional instruments
in a unique and thrilling musical journey 
through the melancholic fleeting beauty of existence.

¿Qué vais a encontrar en él? Una diosa de gran poder y belleza. A don Quijote de la Mancha. La preciosa historia del amor de Tanabata. La hermosa semblanza de los cerezos. Estrellas. Ímpetu creativo. Mil grullas de papel y esperanza más allá del miedo. Le hace a la música lo que Tolkien le hacía a la poesía: convertirla en un universo.

Cuando me encuentre capaz, escribiré en condiciones sobre el disco. Mientras, escuchadlo. Dejad que os descubra un universo nuevo, como hizo conmigo, y disfutad de un mundo mejor.




*Gusanillo en este contexto implica un bicho del tamaño de Smaug.