Una leyenda, una crónica y un himno que se suceden para guiarnos desde las estribaciones ignotas del cosmos hasta las profundidades insondables del alma humana en una espiral áurea que se convierte en el camino hacia la libertad.
Ahí es nada.
Esto es una bestialidad. No me había metido nunca en una estructura semejante; no me había propuesto nunca antes crear una saga de esta magnitud (no, Mosgaira no es una saga, es un libro muy largo que he tenido que cortar para que fuese manejable). Las tres historias de las Flores Dolientes, aunque formen parte de la misma epopeya, podrían leerse de forma independiente.
Khad: el bastión de los exiliados
Cuando me puse a escribir «La leyenda de la bailarina ciega», toda ilusionada intentando que fuese una historia de terror forestal, no me imaginaba que iba a llegar a donde he llegado. Ya veis; esta novela con su vashi y su hechicera y su clamor por enfrentarse a la tradición y la sociedad es una historia juvenil de las de buscar tu lugar en el mundo y que dicho mundo te dé en los hocicos con la realidad. Es una experiencia iniciática, con sus personajes fuertes, sus bichos extraños y su tonelada y media de magia, que para eso es fantasía. No me imaginaba yo en lo que se iba a convertir ese mundo que estaba creando cuando me diera por hurgar en el pasado del Aedo, de Loba, de Ignoto y de las Aberraciones.
El exterior de la espiral áurea se había trazado: la rebeldía comienza, de forma natural, contra las imposiciones exteriores. A veces no sabemos lo que queremos, pero sí tenemos claro lo que no queremos. No me voy a cansar de repetir que darle patadas a lo establecido a ver si se sostiene es el ejercicio más sano que uno puede realizar desde que la curiosidad por la sociedad en la que vive se despierta. Gracias a la Ilustración y al contradictorio siglo XX, hay algunos lugares del planeta donde puedes decir lo que piensas y pensar lo que quieras y salir vivo de dicha ordalía, aunque no sea gratis.
Acramant: la cárcel de sal
Los primeros borradores de lo que luego sería «Crónica de la Ciudad Baldía» querían ser una historia de zombis. Una vez más, mis intenciones iniciales se quedaron en agua de borrajas en cuanto apareció en personaje de Sueño, que se convirtió en vehículo de una lucha (o varias luchas) de las que iba a tener que acabar hablando tarde o temprano.
Hacía meses que Sueño Caraminth no se miraba en un espejo.
Avanzó lentamente por la penumbra del pasillo, haciendo a sus dedos rozar la pared levemente. Ya no canturreaba. El sonido de sus yemas contra el mortero de sal, junto al susurro quedo del camisón blanco con cada paso, era lo único que podía oír. Eran sonidos inofensivos. No podían convertirse en palabras. No significaban nada.
Cuando llegó a la puerta, se llevó los dedos a los labios y sacó la punta de la lengua para lamerlos, lo suficiente como para saborear la sal que se había quedado en ellos. Se tranquilizó un poco. Había un cierto consuelo en ese gesto, que aún le pertenecía. Le dio la fuerza suficiente como para empujar el picaporte y salir.
Había un ruso deprimido que decía que cada familia es feliz igual pero desdichada a su manera, y otro ruso deprimido (u otra persona humana, no me acuerdo) que decía que era justo al revés; que todos somos miserables igual pero felices de forma distinta. Cualquiera de las dos es muy poética, sí, pero terriblemente generalista. Cualquiera que se haya comido una depresión sabrá por lo que pasa Sueño Caraminth.
Estaba atándome los cordones de las botas en la oscuridad previa al amanecer de Glasgow en un mes infernal en el que no veía la luz del sol de lunes a viernes cuando entendí cómo se enlazaban los Caraminth y sus movidas genéticas, las semillas del Museo y las Aberraciones. Vivo por momentos así en los que todo encaja. Me di cuenta de la magnitud de la historia y cómo estaba todo ahí ya. Vi claro que el oponente natural de la rebeldía tras haberse enfrentado a la sociedad era la familia. Era la evolución orgánica de la historia.
Familia extensa, primos, tíos, abuelos; el amor a pesar de la incomprensión, la impotencia, las rencillas más viejas que el hambre, las consecuencias de los actos de nuestros predecesores... Me sigue pareciendo un milagro lo bien que lo lleva la gente. Lo de las expectativas familiares sí que es una historia de terror.
Esto no me atrevo a llamarlo juvenil. La amargura que destila requiere el desencanto que acaba, precisamente, con la juventud del espíritu. No es el descubrimiento de lo desconocido, sino la verdad tras un hartazgo fruto de la frustración de una madurez decepcionante.
Habiendo desbrozado también esta parte de la senda, no queda más que un obstáculo: el final boss de cualquiera que intente encontrarse a sí mismo de verdad.
Himno: el enemigo en el espejo
El rizo final del interior de la espiral, el más íntimo, el que pudiera parecer más pequeño pero no es en realidad más que una insinuación del infinito: el individuo.
Las fronteras que nos creamos solitos, los obstáculos que nos colocamos en el camino y la ceguera a todo ello son el mayor enemigo al que uno se puede enfrentar. Hace falta una chispa especial para rebelarte contra ti mismo y mandarte al carajo. Duele mucho mirarte en el espejo y descubrir el catálogo de estupideces que has hecho. Lo normal es salir por peteneras, intentar justificarlas o negar la mayor; qué dices, nunca hemos estado en guerra con Eurasia. Los extremos a los que uno llega para no enfrentarse a las consecuencias de sus actos son alucinantes. El miedo, la vergüenza...
Una vez más, es Sueño el vehículo principal al final de este viaje. Estando tan rota como está, llegando a los extremos a los que llega para intentar huir del dolor, logra sin embargo aferrarse a una esperanza terca. No es que sea un modelo de conducta, pero consigue reconocer los cambios de actitud necesarios para salir de su propia zanja y los sigue. Y no es fácil.
Esta iba a ir de pastores y no era parte de la saga siquiera, por cierto, pero en cuanto aparecieron los ratones supe cómo encajaba todo también.
Es una lucha solitaria, algo que nadie más puede hacer por ti. Cuando la tragedia definitiva se abate sobre Arcania, el Sueño quien toma las riendas, a pesar de llevar dos libros quejándose de que si quiere que algo salga bien tiene que ser ella quien se responsabilice del asunto y lo harta que está de ello. Y, para ello, tiene que pasar por enfrentarse a sí misma. Y no es bonito.
No sé si esto acaba bien o no.
Las flores dolientes
Combatimos al Enemigo allá donde esté, en el ser amado y en la inocencia rota.
El Enemigo, en forma de entidades hambrientas que buscan alimentarse a cualquier precio, encarna una serie de terrores que pueden encontrarse en cualquiera: egoísmo, desprecio absoluto por el derecho a existir de los demás, mentiras, manipulación, aprovecharse de la gente, socavar las relaciones interpersonales ajenas, retorcer la realidad... Es un poco bestia, pero terriblemente real, cuando puedes meter en el mismo saco a personas de tu día a día y a dichas entidades cósmicas chungas.
Estamos rodeados de monstruos. Igual somos monstruos también.
Hay una dualidad constante en esta historia, una que se coló también en Libro de horas de las oscuras golondrinas: la que enfrenta dos enfoques posibles a la hora de "combatir al enemigo". La destrucción se contrapone a la enmienda. Es un tema constante en la vida diaria, una decisión que no nos abandona y que hay que tomar a cada paso, ponderando cuándo no vale la pena invertir más esfuerzo y arreglar nada y es momento de optar por la destrucción.
Los hechiceros pueden permitirse el lujo de elegir entre expulsar o destruir, pero una vashi que quiera proteger su bosque, no. Ni aunque se haya criado como trampera del Arte y no mate por razones mezquinas. Los Caraminth, que se han pasado generaciones diseñando protocolos para salar cultivos y quemar ciudades cuando se desata la plaga, guardan sin embargo con celo las últimas semillas de árbol doliente, pese al peligro que suponen. Es Sueño Caraminth quien encuentra la forma de curarlas, y es Sueño Caraminth quien es capaz de imaginar la única salida para que el Duque deje de ser una amenaza.
Es mucho más fácil destruir, sí, pero no tiene por qué ser lo más justo.
La espiral áurea de rebeldía analiza primero y destruye, arregla o acepta según el resultado de ese análisis. La canción de las Flores Dolientes no es más que una historia sobre la vida.
Así que, queridos nematodos, bipedestantes y efímeros mortales, aquí está la saga entera. Que disfrutéis de la lectura.