viernes, 11 de enero de 2019

La sexta historia de Kami

Imaginaos un páramo nevado eterno. Un frío tan penetrante que os paraliza. Las pocas fuerzas que os quedan las usáis para intentar salir de ese infierno en el que cada vez sentís menos, pero no hay forma de dejar atrás el frío, el silencio. Cuanto más tiempo pasa, más difícil es avanzar... Y empieza a dar igual, porque estáis dejando de sentir.

Las enfermedades mentales suelen funcionar así, sobre todo la depresión. Desde luego, uno no sale solo de ese desierto blanco donde no parece existir pasado ni, sobre todo, futuro. La prisa de Sika por encontrar a su familia y enseñarle el camino de vuelta a la vida, al tiempo presente, está plenamente justificada.



No es fácil el camino del cuidador, del familiar de un enfermo mental. Acompañar a un ser querido a través de ese vacío nevado implica que él también ha de meterse, al menos un poco, en la nieve. Entender, empatizar. Y eso es horrible. Desgasta, destroza, lleva a veces a pensar que no puedes hacer nada por quien quieres, que todo es inútil.

Ahí es donde entra Kami en esta historia: al acompañar a Sika, cuida al cuidador. Un cuidador solo tiene una cantidad de papeletas abrumadora para acabar quemado, agotado. Si Kami no mira atrás durante la travesía, con sus colas extendidas como un abanico, es para no ver ni dejarse embaucar por esa posibilidad de que salga todo mal; de que, en realidad, toda la energía que están poniendo en salir de allí no sirva. No es la perspectiva que saca a nadie del pozo.

Al final de la historia, aunque Kami haya desarrollado una sexta cola, parte de su pelaje se ha vuelto gris. No se sale indemne de una experiencia vital semejante. En el mejor de los casos, consigues ser más sabio; normalmente es un conocimiento muy poco agradable.

Romantizar algo así es pernicioso y horrible. Horrible. No puedo hacer el suficiente énfasis en lo venenoso que es decir "Pasar por x me hizo más fuerte". Nunca, jamás, agradezcáis las cosas malas que os pasan porque NUNCA son mejores que la alternativa. Obviamente hay gente que necesita pegarse un tortazo contra el suelo para adquirir perspectiva, pero lo deseable en ese caso es que adquiera la perspectiva sin caerse. El problema de la gente que no sabe ponerse en el lugar del otro es la falta de empatía, no de vara. Adquirir ese ponerse en el lugar del otro a base de vara no soluciona nada.

El volver del invierno a Nara, con sus otros ciervos y su atmósfera vivaz, es volver al presente, a la vida, a la compañía de sus semejantes, al cuidado posterior a la enfermedad. El cuidador también vuelve a los quehaceres que ha dejado de lado por cuidar de un ser querido. Comienza su año nuevo, puede seguir con su vida. La pausa, el invierno silente, termina por fin.


lunes, 7 de enero de 2019

La cuarta historia de Kami

No se habla de la cuarta historia.

La cuarta historia de Kami es la historia que no se cuenta. Aprovechando la asociación tradicional del número cuatro con la mala suerte en Japón, la cuarta historia sirve para introducir el silencio narrativo en la historia y, con él, algo que se le suele olvidar a los adultos: las cosas que no se saben. 



¿Os acordáis? Cuando tenías cinco, siete, diez años y había cosas que no os contaban. Las respuestas evasivas, los cambios de tema. Según la familia, podían evitarse las conversaciones sobre sexo, muerte, asuntos del pasado o el presente que el niño "no va a entender". Todos hemos crecido asumiendo esos huecos como parte de la vida. Sabiendo que, en algún momento, el hueco se va a llenar.

Hay un hueco especialmente doloroso que termina llenándose siempre: el de la muerte. Es el hueco que, cuando se llena, lo hace precisamente de vacío. Por mucho incluso que te expliquen, no entiendes hasta que no te pasa. La marcha de un ser querido, el que te arrebaten una parte de tu vida dejándote sin respiración... Eso no se termina de entender en la teoría. El cielo o las estrellas no explican la ausencia, no sirven de consuelo. No hay palabras para expresarlos.

No se habla de la cuarta historia.

Precisamente es la pronunciación del número cuatro en japonés, muy similar a la de la palabra "muerte", la que ha llevado a que sea considerado de mala suerte. ¿Qué pasa, entonces, con la cuarta historia? ¿Dónde ha estado, qué le ha pasado a Kami? Quizá, por mucho que lo intentara, es una de esas cosa que Ezo, inocente y joven, no puede entender hasta que no la viva. Ezo asume ese hueco con naturalidad, en su juventud; nosotros, los adultos de la era de la información, estamos muy acostumbrados a obtener siempre respuestas, a que la ciencia nos dé una explicación para todo. La cuarta historia debe ser incómoda, dejarle al lector una sensación de vacío: ante lo que no se conoce, como se siente ante todos los momentos que dejas de poder vivir con las personas que fallecen, que nos arrebatan.

Vivimos como si no nos fuéramos a morir. Sabemos que es lo que nos aguarda a todos al acabar el camino, al final de nuestro viaje legendario por la vida, y lo ignoramos convenientemente precisamente para poder vivir la vida en su plenitud. La cuarta historia de Kami encapsula esta paradoja. Con un párrafo breve, sobre un fondo oscuro y ligeramente onminoso, Kami salta a la quinta histora, a hablarle a Ezo de amor, pasando a vuelpluma sobre la terrible certidumbre del final, como hacemos todos cada día. Habiendo una vida plena, llena de flores y color, regodearnos en la grisura del momento inevitable no parece tener sentido; quien no lo ha vivido no puede entenderlo del todo, quien ha pasado por ello desearía poder ahorrárselo a aquellos a los que ama. No, no hay forma de transmitirlo. No hay palabras.

No se habla de la cuarta historia.