La expresión "perdonar el bollo por el coscorrón" es preciosa. Gráfica. Perfecta.
Vamos a hablar de lo que no se habla nunca, que es de pasta. Y de ventas. Una cosa muy guay que tiene autopublicar en Amazon son los históricos de ventas. De verdad, igual es el mal encarnado, pero para autopublicar te soluciona bastante la vida, todo es intuitivo y fácil.
El histórico de ventas dice que he vendido un total de 52 libros en su plataforma.
¡Cincuenta y dos libros como cincuenta y dos soles! Yo, que no vivo de esto y paso deciséis millones de kilos del tema mercadotécnico, considero un éxito absoluto semejante cifra.
En total, me ha reportado unos sesenta y tantos euros en cinco años, menos de lo que me costaría un bono transporte mensual para ir al curro donde vivo ahora, pero lo de los dineros no es el objetivo principal. Lo saco a colación por poner un poquito de perspectiva con respecto a la gente que sí depende, en mayor medida, de vender libros para pagar las facturas. Teniendo en cuenta que las regalías de Amazon tienden a ser mayores que las que te dan las editoriales, echad un cálculo de la paliza que se tiene que pegar la gente que pretende vivir de escribir para no morirse de la ansiedad.
Cuando he publicado con editorial y he recibido ejemplares de cortesía, los he repartido entre colegas y bibliotecas alegremente; autopublicando, me cuestan dinero los ejemplares de autor, así que tengo que pensarme mucho si pillarlos y a dónde mandarlos.
Obviamente, las ventas podrían subir muchísimo si tuviera cuartos para invertirlos en publicidad, me dedicara al networking, volviera a Twitter y me "diera a conocer". Señor, qué pereza más grande. Y no ya pereza: no me vais a apear del burro ya del hecho de que hemos entrado en una etapa en la que, con esto de la cancelación y las relaciones parasociales y el poder de enfurruñamiento de las redes sociales, el producto a vender no es tu obra, sino tú mismo. Si no te pronuncias sobre los temas de actualidad, si no tomas partido -y más te vale tomar partido adecuado- por la causa del día, es como que el público no sabe si eres digno de que te compren lo que sea que estés vendiendo. Aunque lo que estés vendiendo sea la hostia.
Y paso. Paso mucho, no sabéis cuánto. Si esas son las reglas para vender, mira, me quedo con mis cuatro colegas que me leen y se flipan con mis historias y todos tan felices, empezando por mi salud mental.
Luego hay más. Para lograr visibilidad, tienes que jugar con las reglas de los algoritmos, que cambian de plataforma a plataforma. Palmar pasta siempre funciona, pero ante su ausencia siempre puedes bajarte los pantalones darle al algoritmo lo que le gusta a ver si se lo enseña a más gente. A Facebook, como su nombre indica, le gustan las fotos donde se vea una cara. Que manda huevos, colega, qué gónadas tendrá que ver eso con los libros. Bueno, pues la publicación que más alcance ha tenido nunca en la página de Facebook de M. C. Arellano fue la foto que subí firmando en Sant Jordi, donde se me veía con el libro. Oye, mano de santo.
Los enlaces los odia. Subir un enlace a Youtube o al blog le cabrea mucho. No le mola nada que pongas puertas que vayan a sacar a los usuarios de su hondo, supongo que por si luego no vuelven.
A Twitter le mola que interacciones con otros usuarios. Cuanto más retwitees, te retwiteen, etiqueten, respondas y demás, más te saca. Urticaria me entra de acordarme y de pensarlo. A Tailwhisper, que tiene un fondo de marrullera chunga de barrio que asusta, le habría encantado Twitter. Se habría dedicado a partirle los hocicos dialécticamente a toda la gente que viniera a decirle lo equivocada que está sobre lo que fuera. A mí me entran sudores fríos. No, paso.
Aquí la verdad es que podría mover un poco el culo y currarme un poco más el SEO, pero es que es otra vez modificar el contenido para satisfacer a los dioses de la búsqueda. Y sí, me pasa como con lo de la RAE de formular las oraciones de manera que su idea pésima de quitar la tilde del "sólo" tenga sentido: no me da la gana pasar por su aro, porque yo la estructura que quiero seguir es la que es. Sembrar esto de palabras clave y hacer entradillas me aburre profundamente. Ciñéndome a esa mierda no habría podido, por ejemplo, empezar esta entrada como lo he hecho.
Y así puedo darle una estructura circular a este texto, volviendo a esa primera frase: qué hermoso es ser consciente de que perdonas el bollo por el coscorrón. ¿Queréis ser libres, rebeldes, ignorar el yugo de las redes? Este es el precio, aquí lo tenéis.