martes, 11 de agosto de 2020

De libertad, rebeldía e irrelevancia

Llevo toda mi puñetera vida escribiendo. No exagero. El primer cuento lo escribí el verano que cumplí ocho años, pero ya había puesto por escrito -con la ayuda de mi madre- algunas obras de teatro de creación propia los dos estíos anteriores. La culpa la tuvo un teatrito de títeres que me trajo mi padre de Italia, cuando se fue a investigar para la tesis, y que se convirtió en el escenario para que mis pones lucieran sus dotes de interpretación. Recuerdo una de ellas: El buscaestrellas. Sé qué poni la protagonizaba, pero no tengo muy claro el argumento.
Siempre he estado imaginando historias e inmortalizando en palabras alrededor de un 20 % de ellas. Siempre. Cuando me ha tocado atravesar realidades de mierda de las que no te puedes escapar, he usado la escritura y la creación de mundos como arma y escudo, refugio y sanatorio mental. Es una forma de vivir. Casi, diría, de ser. Al final, el trabajo remunerado sirve para subvencionar el tiempo de escritura. Cuando digo "soy escritora" no me refiero a que escribo cosas y se publican. Me refiero a que respiro, siento y vivo a través de palabras, historias, voces narrativas, tramas y subtramas. Entiendo el mundo en forma de historia y creo mis mundos a la medida de las historias que necesito contar. Me he dejado las pestañas exprimiendo todas las posibilidades del castellano para subyugar el rebelde y mezquino idioma a mis deseos, persiguiendo la excelencia gramatical, ortográfica y sintáctica, aquella que permita la precisión quirúrgica dentro de su complejidad. Aspiro a dominar la forma para poder jugar con ella de todas las formas posibles. Quiero poder decir, al contar mis historias, exactamente lo que quiero decir.
Y quiero que todo este trabajo no se note cuando dichas historias sean leídas.

El año pasado, cuando publiqué Tailwhisper en Amazon, culminé un proceso de "aprender a autopublicar" que, gracias a los dioses, no fue tan terrible como prometía al principio, gracias a que Amazon está preparado para que cualquiera con un mínimo de alfabetización digital y comprensión lectora sea capaz de maquetar un libro de tapa blanda y pinchar en cuatro o cinco sitios para que su texto acabe convertido en ebook. A poco que hurgues por internet sobre maquetación para pobres que no tienen para pagar a profesionales aprendes lo básico de viudas y huérfanas y demás, y a poco que cojas un libro de verdad bien maquetado y le saques las tripas al procesador de textos para averiguar cómo se hacen las cosas, una es capaz de hacerlas por sí misma.
Lo mismo con el tema portadas. Cuando no tienes para pagar a un profesional, tienes que arremangarte y conocer tus límites y rezar para que el programa de manipulación de imágenes haga lo que tú quieres que haga. Aprender.
Del booktrailer de Tailwhisper no se habla. Es como la cuarta historia. De mayor quiero un ordenador que funcione y no se cuelgue con más de dos pistas. Qué cruz.

El conocimiento y la práctica te acaban dando independencia y la independencia te da una libertad preciosa. Con dicha libertad, que te permite no tener que confiar en una editorial que haga esas cosas que tú no sabes hacer, te puedes permitir además el lujo de rebelarte. De hacer lo que te dé la gana. De dejarle la tilde al sólo porque en la RAE también hay legales malvados que supeditan la eficacia de la lengua a la uniformidad de la norma y no te da la gana tragar con gilipolleces en tu propio texto.

No ha tenido que venir nadie a decirme que me merecía intentarlo o que era lo suficientemente buena como para presentarme a concursos y mandar manuscritos a saco. He metido la cabeza como finalista en los Ignotus y en el Domingo Santos. Me han seleccionado en el Visiones. He publicado en editoriales variopintas. Me han intentado timar diciéndome que comprometerme a comprar 200 ejemplares no era coedición. Me han pirateado libros que estaban gratis en mi web. Han venido a explicarme con condescendencia lo que acababa de escribir. Me han rechazado manuscritos educadamente, sí, pero han pasado de mi culo cuatro veces más. No tengo agente. No tengo contactos, y aquí entra una vez más la rebeldía.

No quiero caerle bien a nadie.

Entendedme. Quiero ser irrelevante con respecto a mis libros. Mis historias son las que valen la pena, las que se merecen salir al mundo, independientemente de que las haya escrito yo. No quiero que ninguna editorial me publique porque soy la sobrina de alguien o porque vengo recomendada por su cuñá. A día de hoy, los libros se venden básicamente en función de lo bien que caiga el autor y lo que interaccione en redes. Mi salud mental y mi amor propio no aguantan eso. Y tampoco pasa nada. Es una decisión que he tomado conscientemente: no me dejo la vida perfeccionando mi literatura para que luego vengan a tocarme los cojones.

Porque, hijos míos, soy escritora. Escritora, no publicista, ni famosa, ni simpática. Lo mío es escribir; lo de vender lo que escribo mediante las formas que imperan ahora mismo ha sido sopesado y desechado. No me vale la pena. No quiero compartir trocitos de mí en redes para que lectores potenciales decidan que les caigo bien. No quiero ir a convenciones para darme a conocer a editoriales a ver si les caigo bien. No quiero que me publiquen para cubrir un cupo de personas con tal configuración cromosómica. No quiero tener que airear mis convicciones morales u opiniones políticas en redes para que lectores potenciales y editoriales decidan basándose en ellas si soy digna de ser leída o publicada, ni para unirme a la sensación de pertenencia cada vez que salte la causa de la semana, ni pasar por el aro de ser "uno de nosotros" para ser relevante.


Esto tendría que haberse llamado "el cursus honorum del escritor en los tiempos del social media 
sobre persona humana", óleo sobre lienzo, en vez de "The Nightmare", de Henry Fuseli.

La libertad y la rebeldía tienen un precio y, en este caso, es el de no vender libros. Si junto las regalías de la autopublicación no me da para pagar un abono transportes mensual. Si hago una montaña con la salud mental ganada desde que descubrí que me estaba forzando a tener una "carrera" y a que me publicaran y a hacer todas esas cosas de las que está internet lleno de ESTO TIENES QUE HACER PARA SER ESCRITOR DE ÉXITO y lo mandé todo a tomar por saco, el Kilimanjaro se me queda chiquitito.

No me da la gana dejarme la vida en cambiar un sistema que me parece aberrante, ni tampoco dejármela quejándome porque dicho sistema es aberrante, así que decidí largarme y alejarme de todo aquello. Porque soy escritora, no justiciera social ni heroína de ninguna clase. Y soy libre, por fin.

No perdáis el tiempo intentando caer bien si lo que queréis es escribir. Si lo que queréis es caer bien, mira, que los dioses os amparen.

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