sábado, 15 de diciembre de 2018

La quinta historia de Kami

Se ha quedado un día estupendo para hablar de la quinta historia.

Es mi preferida, porque habla de amor. Creo que esto va a estar sembrado de spoilers de Kami y las nueve colas, así que seguid leyendo bajo vuestra responsabilidad. A continuación, una ilustración así enorme para evitar que nadie se trague ninguno por accidente.



¿Ya? Bueno, pues hablemos de amor.

Vamos a remontarnos un poco en el tiempo. Os recomiendo que repaséis esta entrada llamada Mono no Aware, en la que comento cómo Jesús despertó en mí la fascinación por la cultura nipona. Considero que una de las facetas imprescindibles del amor es compartir y compartir implica, obviamente, comunicación.

No es una idea nueva en mi obra. Ya en La suerte del Dios Hambriento queda bien claro:



Esta quinta historia crece sobre esta idea: el amor es comunicación. Nuestro pequeño cerezo está demasiado lejos del ciruelo como para hablar con él, y... Tampoco se atreve. ¿Y si el ciruelo no siente lo mismo? Al principio del relato, el cerezo prefiere la esperanza a arriesgarse a una certeza que puede que no le guste. Es el mismo fondo del no intentarlo del todo por si fracasas de Ezo del que hablábamos en la primera entrada sobre Kami.

No, no es casualidad que los personajes llamados Ezo y cerezo breguen con el mismo problema.

Kami se convierte, en esta historia, en el canal de comunicación entre el cerezo y el ciruelo. A través de la ardilla, crece su amor: crecen las ramas del uno hacia el otro hasta entrelazarse. Cuanto más se desarrolla este ramaje, más fácil le es a Kami saltar de uno al otro, mejor fluye la comunicación. Se crea, al final, un arco de ramas entretejidas, en el que juntos han creado algo precioso, sin perder ninguno el color de sus flores ni su identidad. Quienes se acercan a verlos comparten la alegría que produce esta belleza, porque al final donde hay amor hay un hechizo de área de gozo.



Valerme de árboles para hablar sobre amor tampoco es casual. Como los árboles no tienen gónadas, cualquiera puede ponerse en su corteza, sin importar cuántas X o Y lleven en la combinación de cromosomas ni lo que ponga en el DNI.

Y es que lo único realmente necesario para que el amor florezca así es la comunicación, el conocerse; compartir, crecer juntos. A mí, desde luego, me parece magia.

Bonus track: la base musical de esta historia y su inspiración directa es esta versión de la canción tradicional japonesa Sakura. Tomad magia.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Kami y las nueve colas

No sabéis el tiempo que llevo deseando poder escribir esta entrada.



Hace exactamente una semana se puso a la venta Kami y las nueve colas. Es un álbum ilustrado en el que la parte plástica corre al cargo de Zuzanna Celej y la edición es cosa de Pastel de Luna. La historia, obviamente, es mía.

Es un libro muy especial.

Permitidme que os deje aquí cómo empieza:


 He sido Ezo mucho tiempo. Todo aquel que se las ha visto con el síndrome del impostor sabe bien por qué Ezo se esconde y también reconocerá lo que pasa a continuación.



Aunque estemos hechos para volar, no podemos hacerlo con los ojos cerrados y las patas encogidas. Las consecuencias de intentar las cosas a medias (quizá, como una forma de protección: si lo intentas a medias y fracasas, siempre te queda el consuelo de no haberlo intentado "bien", de saber dónde está la causa del fracaso... El miedo a no conseguirlo después de haber puesto lo mejor de uno es un obstáculo enorme) pueden ser nefastas.


Así es como Ezo conoce a Kami: al caer sobre ella al intentar volar. Imaginaos envueltos en la vergüenza de haber caído sobre una ardilla y descubrir que tiene nueve colas. Sí, nueve colas. Como los kitsune. Kami no es un zorro, pero eso no importa. ¿Cómo se gana uno cada una de ellas? ¿Qué pasa en todo ese tiempo durante el cual uno se hace viejo y sabio para desarrollar esta última cualidad?



Eso es lo que se imagina y explora en este álbum. A través del Japón mítico y legendario, bebiendo de los cuentos tradicionales (La grulla tejedora), de supersticiones ancestrales (no se habla de la cuarta historia); explorando lugares emblemáticos (Nara, el monte Fuji, el santuario de Ise) y codeándose con criaturas sobrenaturales (la Yukionna, los siete dioses de la fortuna), Kami crece y aprende, en busca de la mano anónima que una vez le prestó ayuda.

La empatía, la compasión y la paciencia son las fortalezas de Kami, los vientos que guían su viaje en busca de su Ítaca particular, haciendo de su periplo uno largo, al final del cual haya dejado un mundo mejor que el que encontró al nacer. Detenerse para ayudar, para escuchar y para acompañar vertebra la aventura, una en la que no hay antagonistas ni enemigos malvados, en la que no hay que luchar contra quien quiere hacerte daño sino simplemente con los propios miedos, con la enfermedad, con los imprevistos... Quizá sea este el aspecto más mítico y legendario de toda la historia: en este viaje no hay que enfrentarse a la maldad, sino a las complicaciones que ya vienen con la vida, que no son pocas.



Explicitar todo esto a los primeros lectores no es necesario. Los más sensibles lo intuirán y lo verán claro al volver al libro, años despues. Los que se queden con las aventuras de la ardilla que no tiene miedo ni frío ni hambre quizá se sorprendan cuando regresen a sus páginas en el futuro, si es que regresan, cosa que no siempre es necesaria. Como mínimo, todos se llevarán una pincelada de mitología japonesa y un soplo lírico, un picorcillo de la emoción de viajar y una semillita de curiosidad.

Ya hablaré en profundidad de cada una de las historias; sobre todo, de la quinta (que habla de amor y es mi favorita) y de la sexta (la más oscura). También de cómo nació y qué la inspiró. Por ahora sólo quiero regodearme en el hecho de que esta historia ha llegado a las librerías y en que las ardillas míticas han comenzado su travesía sin miedo, ni frío. Hambre sí, seguro que tienen, pero eso se soluciona con mucho salmón.

sábado, 4 de agosto de 2018

Lo peor que le puede pasar a tu libro de ciencia ficción

Spoiler: lo peor que le puede pasar a tu libro de ciencia ficción es que alguien compre los derechos y lo convierta en una película de fantasía.

Imaginaos que dais con un libro de ciencia ficción infantil que está bien escrito, es coherente y además trasmite un mensaje agridulce (el mundo no está preparado para ciertos avances y reacciona con odio hacia lo que no entiende, principalmente, aunque toca otros palos al hilo de eso).

Queréis leerlo, lo sé. Os lo dejo aquí, recomendadísimo, tengáis ocho años o sesenta y tres.



Intentando no hacer muchos spoilers, va de ratas inteligentes y tecnología. Su mayor virtud para mi yo de diez años fue que los roedores no eran antropomórficos ni llevaban delantales ni camisetitas: eran roedores haciendo cosas de roedores, no imitando a los humanos ni reflejando un mundo humano en miniatura. Los problemas los resolvían con su cerebro y física elemental. Todo correcto.

Alguien tuvo la idea, supongo que al rebufo de las películas de ratones (Los Rescatadores, Fievel, Stuart Little y demás) de hacer una película con esto y convertirla en una película de ratones más, con delantales. Behold:



Antropomorfización y ropa humana: check
Cambiar el nombre just because: check
Enhorabuena, chavales, hemos dejado nuestra huella y satisfecho nuestro ego


En fin. De un libro genial salió un truño infumable. Adaptar a otro medio es traducir y traducir empieza por entender en medio (o idioma) original. Si lo que has entendido del libro es "ratones" en lugar de "reflexión profunda sobre qué nos hace persona y lo cabezones que podemos ser los humanos", pues es lo que pasa: te llevas a tu película los ratones y en el hueco de las cosas que no has entendido metes lo que te sale del níspero.

Magia, por ejemplo.

Y estoy hablando de magia usada de la peor forma posible en una narración: igualan magia a deus ex machina, sacándose de la manga un medallón mágico que no estaba en el libro que es lo que soluciona el asunto al final. No el cerebro ni la física elemental ni todas esas cosas que transmitían el mensaje del libro, no.

En fin. Es el tipo de soluciones que denigran la fantasía y crean la idea extendida de que no es un género serio porque todo lo hizo un mago. Es el tipo de reacción ante el público infantil "adaptando" algo como si los niños fueran idiotas o se les pudiera colar cualquier truño. Es un exponente de tantos "esto es lo que NO se hace" que deberían enterrar todas las copias en algún desierto despoblado, como hicieron con el videojuego de E.T.

Así que sí, lo peor que le pueden hacer a tu libro de ciencia ficción es echarlo en el cubo donde churras y merinas son la misma cosa, nadie ve necesario salir de sus ideas preconcebidas sobre los géneros que considera menores y actúa en consecuencia y tampoco les importa el resultado final.

En cualquier caso, La señora Frisby y las ratas de Nimh es un libraco. Leedlo. Entregaos a la magia de verdad.

sábado, 14 de julio de 2018

De crear personajes, Sam Gamyi y Captain Toad

He descubierto una forma nueva de visualizar la creación de personajes: los niveles de Captain Toad - Treasure Tracker.


 

Cada nivel es un puzle más o menos complejo. No puedes apreciar todos sus recovecos al primer vistazo: tienes que ir dando la vuelta, mirando bien, y aun así hay rincones que no se revelan hasta que has dado ciertos pasos previos. Todo en ellos tiene lógica.


Para que veáis un poco de lo que estoy hablando.

Me parece una forma fantástica de abordar la creación de un personaje, de elegir qué mostrar y qué no mostrar, pero sí tener en cuenta a la hora de presentarlo. Además, aplicar lo de las causas y consecuencias al diseño de personajes es fascinante: ¿cuáles son las palancas, cuáles los resortes de este personaje? ¿Qué pasa si se activan? ¿Cómo se activan?

Hay más. Cuando acabas un nivel, te aparece una hojita en la que se refleja si has encontrado todos los tesoros y si has hecho o no lo "especial" del nivel: encontrar un champiñón dorado, no recibir daño, lo que sea. Eso no se te dice al empezar el nivel. Es al terminarlo cuando descubres si sí lo has conseguido o no (y quieres volver al nivel a conseguirlo, por supuesto).

Aplicar esto bien hecho a crear personajes puede ser glorioso. Descubrir al final de un libro un detalle que explicite algo sobre un persoaje que puedes haber visto desde el principio o no, haciendo que desees analizar de nuevo la lectura e identificar esas piezas que encajan le otorga una capa extra de chicha a una novela o un relato.

Y Sam Gamyi hace eso.

Al releerme Lord of the Rings, le he estado prestando más atención a Sam. De todos los personajes de la novela, es el que me va pareciendo mejor construido, cada vez más. Quizá por ser un jardinero pedestre que se ha criado en la normalidad, como cualquier hijo de vecino y, sin embargo, es especial ya antes de empezar la acción.


Sam interaccionando con elfos por primera vez.
Alan Lee sí que entiende a Tolkien.

Si le damos la vuelta a Sam un poco, como en un nivel de Captain Toad, y nos vamos a la parte de atrás del jardín de su alma, aparece desde el principio una lucidez hermosa y devastadora: desde el momeno en que se entera de que se va con Frodo, "a ver elfos y todo lo demás", y se echa a llorar. En el maremágnum de "qué chungo el enemigo, qué peligroso el anillo, ay madre" pasa ligeramente desapercibido ese detalle potentísimo, el de entender el precio de las cosas, el peaje de emprender un viaje donde maravilla y horror van a darse la mano y que lo va a cambiar todo. Se activa su palanca.

Y es precisamente esa lucidez la que le permite después rehacer su vida.

En una línea, Sam se revela. Hay más de esto a lo largo del libro, más comentarios sobre elfos y su fascinación por ellos. También resulta que el jardinero siembrapatatas es un pozo de curiosidad insaciable, que tiene inquietudes líricas y una vida interior (sus túneles, sus tesoros escondidos) tremenda, que probablemente tenga mucho que ver con la resilencia de mármol que presenta (el momento olifante, en el que conserva la capacidad de maravillarse y de identificar el momento único que está viviendo incluso en medio del brete en el que está, es una muestra de ella) y que definitivamente le permite no acabar con el síndrome de estrés postraumático que se come a Frodo.


Tú llegas al final del libro y Sam dice "Estoy en casa". Y de repente encaja todo. Porque "casa" no es la Comarca, nunca lo ha sido: es su cabeza y cómo la tiene amueblada. Es todo lo que ha vivido, todo lo que ha aprendido, sus inquietudes; es él mismo. Click. Puedes haberlo ido viendo a lo largo del libro; yo, en las primeras lecturas, me perdí eso. Es ahora ya mayor cuando identifico las piezas y puedo seguir exprimiendo el descubrimiento del personaje.

Y es que está maravillosamente construido, como un nivel de Captain Toad.

jueves, 17 de mayo de 2018

De Fe, poesía e indefensión

Esta entrada ha nacido a raíz de haber jugado a Fe, el videojuego desarrollado por Zoink para EA en el que te pones en la piel de un cachorrillo desconcertado. Tras el vídeo vais a encontrar spoilers a espuertas, así que si no sabéis nada del juego y queréis disfrutarlo, parad aquí. En serio. Sumergíos en él sin expectativas ni ideas preconcebidas y dejad que os cuente la pedazo de historia que cuenta.

 



Este videojuego no tiene palabras.

Este videojuego consigue, a nivel narrativo, cosas que ya quisieran novelas enteras.

 Las imágenes han salido de la web oficial del juego.

Esto no es un análisis del juego como juego ni una review: esto es una reflexión al hilo de las experiencias que te hace vivir la vertiente narrativa del juego.

Fe y el desconcierto de estar vivo

Eres un cachorrito de una especie indeterminada. Te despiertas en mitad de un bosque. No hay nadie que te explique que llegas tarde a alguna parte, que tienes que ir a clase de algo, que a la tortuga le duele una pata, nada. No tienes indicaciones. Nadie te verbaliza un objetivo. Estás solo y estás en el bosque.

Descubres que puedes avanzar, saltar y soltar soñidos (no sé cómo definir la mezcla de sonido, gruñido y canción). Así que avanzas, porque es todo lo que puedes hacer. Te abruma la vastedad del bosque, donde parece difícil orientarse. Te preguntas qué haces aquí.

No sé vosotros, hijitos, pero esa es la sensación que tenía ante la vida con quince años.

Yo me dediqué a cantarle a cada cosa que me iba encontrando. A los árboles. A las piedras. A ese floripondio. Me sentía sola en el bosque. El floripondio, de repente, me contestó. (Me costó un poco, todo hay que decirlo). Me ayudó a salvar un obstáculo. Entonces, vi a otro bicho. Igual podía hacerse mi amiguito. Le canté, se asustó, lo seguí, le canté, me cantó y, por fin, conectamos.

Buah. Hacer el cabra por el bosque era más divertido. Encontramos otra clase de floripondio que pasaba de mí cuando le cantaba pero no de mi amiguito. Salvamos obstáculos y llegamos a un área brutal donde había una cosa rosa brillando a la que, obviamente, me acerqué. La "conseguí" y me permitió subir a los árboles, que es una de las cosas más divertidas que tiene este juego.

Estuve un rato explorando el área brutal. Un árbol enorme con un ojo presidía. Seguía sin saber cuál era mi misión allí, así que me dediqué a descubrir flores nuevas, a pegar saltos, a intentar subir a sitios, a preguntarme qué clase de seres me rodeaban... Jugué. Me hice amiga de otros bichos, una especie de nutrialagartos. Era un mundo bello y tranquilo.

Seguí a mi amiguito por un pasillo, emocionada por descubrir más mundo y ver qué más cosas podía hacer cuando adquiriese cosas rosas. Era una especie de subterráneo con setas luminosas; tuvimos que avanzar por caminos separados. Había flores a las que pedir ayuda para salvar obstáculos. Descubrí que cantándole a una pared salían dibujos: una especie de minion larguirucho. Nah, petroglifos sin importancia.

Entonces, me los encontré.

Ilusa de mí, fui a cantarles, a ver si podíamos ser amigos también. No. Me echaron una pringue asquerosa encima y, bueno, morí. Al volver a la pantalla, aprendí a esconderme. ¿Quiénes eran esos? ¿Por qué me echaban pringue? ¿Sería la piedra una advertencia? Fui avanzando, un poco acojonada por la sombra que acababa de caer sobre mi paraíso, y me reencontré con mi amiguito. Salimos de la cueva y...

Aparecieron los larguiruchos, le echaron pringue encima y se lo llevaron. A MI AMIGUITO. ¿Y si se lo comían? ¿A dónde se lo llevaban? ¿Cómo podía ayudarlo? Salvar a mi amiguito se convirtió en mi motivación. La desolación, el miedo... ¿Cómo salvarlo? Ah, ese era otro tema.

Sólo podía hacer una cosa: avanzar. Desconcertada, sin saber hacia dónde; sin saber qué quería el juego de mí. Quizá el objetivo del juego era el mismo que el mío, quizá no: resolví ir haciendo lo que fuera necesario para avanzar a ver si en algún momento podía dar con la respuesta.

Una vez más, viene a ser básicamente el planteamiento vital de muchos: ir resolviendo lo que se te pone por delante mientras intentas cumplir tus propios objetivos sin saber muy bien cómo hacerlo.



Fe y la falta de información

Una de las cosas que me transmitieron más angustia es la falta de información. Normalmente, cuando empiezas un juego y aparece tu antagonista, suele ir acompañado de un "es que soy malo"/"quiero casarme con Peach"/"Me he cargado a tu abuelo porque sabía demasiado"/"Mwahaha". Y tú sabes a qué atenerte, qué cojones pasa, o al menos sospechas por dónde van los tiros. Qué querían los larguiruchos y por qué estaban ahí sigue reconcomiéndome.

Aquí no tienes casi nada. Hay sólo dos fuentes de información: los petrogliflos (que interprétalos tú sin un manual de inconografía delante) y los "cascos". De vez en cuando te encuentras con un casco al que le cantas y suelta una piedra parecida a las que le cuelgan a algunos árboles. Al cogerla, te ves "dentro" de uno de ellos: sigo sin saber si son los recuerdos del dueño del casco, si te "conectas" con uno en tiempo real de alguna forma... La cuestión es que tienes casi un minuto de ver qué hacen, descontextualizado.

Ponte a sacar conclusiones de eso. Desarrollé todos tipo de teorías. Al acabar el juego, aunque algo queda medio claro, sigun sin responderse todas mis preguntas.

Y eso está bien. Casa con el juego y su no verbalidad. En cierto modo, induce a usar tanto la imaginación como el espíritu crítico: esto es lo que has visto dibujado. Esto es lo que has visto pasar. Esta es la información que hay. Deduce tú, piensa tú, interpreta tú.

Una vez más, es lo que acabas teniendo que hacer cuando estás vivo.



Fe y la piedad

Esto es un spoiler del final.

Llegué al final del juego tras haber superado desafíos que me parecían insalvables. Sin entender aún qué leches estaban pasando, pero también sin haber conseguido encontrar ni salvar a mi amiguito. M encontré una asamblea de larguiruchos que miraban un pedrusco flotante con una música brutal de fondo y que, de repente, ya no tenían interés en echarme pringue. Había uno "roto" al que estuve siguiendo, no sin dificultad; le daban como arranques.

Durante el juego, aunque te puedes hacer amiga de cachorritos como tú, no puedes conectar con bichos adultos hasta que te "enseñan" su canción, su idioma. Aprendes la de los pájaros, la de los cérvidos, la de los gusanutriagartos y demás, y vas pudiendo pedir a diferentes flores que te ayuden y tal. El momento en que has ayudado a unos bichos y te enseán su idioma es simplemente precioso.

Bueno, pues llega un momento al final en que deduje que tenía que cantarle a una flor para que pasase algo, pero se rompió el puente y no podía pasar. Al otro lado, junto a la flor, estaba el larguirucho roto. Obviamente, intenté cantarle (otra vez) a ver si esta vez sí podía hacerme amiga suya o algo. Para mi sorpresa, terminó de darle el alverete que le llevaba dando desde que lo encontré y se quitó el casco.

Era un bicho adulto de mi especie, o eso parecía.

Obviamente, le canté.

Conectamos, como cuando conectas y te regalan un idioma nuevo. Pero, esta vez, fui yo quien le entregó el idioma al bicho roto. Sentí que le estaba devolviendo su esencia, sospeché que lo que quiera que estuviese pasando estaba librando a animalitos de sus cascos, y el ex-larguirucho fue quien cantó a la flor, flor que arregló el pedrusco flotante y se acabó el problema de los larguiruchos echapringues.

Después, créditos. ¿Y mi amiguito?

Al acabar los créditos, como no se cerraba el juego, decidí que podía seguir triscando por el bosque felizmente y al entrar en otra área...

Había algo atrapado en una red de pringue. ¿Sería posible? Busqué el elemento que te permite romper las redes de pringue, la rompí y... Ahí estaba mi amiguito. Libre. Y yo ya entendía las mecánicas del bosque, tenía sospechas de cuál había sido mi papel en los "grandes acontecimientos" y ya podía explorar el mundo sin miedo a los larguiruchos, encontrar las cosas rosas que me faltaban...

Si eso no es crecer, que venga Thor y lo vea.

jueves, 10 de mayo de 2018

De consciencia, oscuridad y conciencia



Terry Pratchett sabía transmitir las complejidades de la naturaleza humana sin andarse con paños calientes, tanto las luces como las sombras. Esta entrada tiene spoilers de las sagas de la brujas y la Guardia, así que sigue leyendo bajo tu responsabilidad.

Hace ya tres años que falleció. Quería escribir esto para la efeméride, pero alrededor de las fechas señaladas siempre se concentran los homenajes y recuerdos y demás y a mí no me gusta forzarme. Lo que sí me gusta es acordarme sin necesidad de efemérides.

Me voy a regodear rápidamente en sus dos personajes más redondos y complejos, a mi entender. Tengo a los personajes de Mundodisco muy presentes en la vida diaria porque este hombre tenía el don de construir referentes y hay muchos momentos a lo largo del día en los que una tiene que preguntarse qué haría Yaya Ceravieja o qué decisión tomaría Sam Vimes.

Ambos son plenamente conscientes. Ambos tienen plena conciencia de que llevan dentro una oscuridad primigenia, un impulso metaforizado (o metefuerizado) que presenta el "mal camino" como una opción a tener en cuenta. Ambos se pasan la vida luchando contra ella. Ambos saben cómo hacer las cosas bien y están plenamente decididos a hacerlas precisamente porque conviven con la tentación de que el fin justifique los medios y se niegan a cada oportunidad.






Yaya Ceravieja nos presenta su oscuridad en Brujas de Viaje, a través de la relación con su hermana Lily, que sí que ha abrazado ese impulso con ganas. A partir de ese libro se va viendo de vez en cuando cómo se contiene para no mandar a la mierda a la humanidad desagradecida, a los campesinos paletos; cómo entiende a los demás. Ay, cuánto podría hacer con su poder. Qué fácil que se le vaya de las manos. Pero no, nunca lo hace. Yaya sabe lo que está bien y lo que está mal. Qué fronteras no hay que cruzar. Ante la duda, uno ha de preguntarse qué haría Yaya Ceravieja.

Es fascinante también que alguien con su poder tenga su sentido del equilibrio. Lo de poner leche a los bichos que toma en préstamo no es banal. No es dulce. Es lo justo. Lo que toca. Igual que tras parar la espada con la mano desnuda llega el momento de sufrir el corte. Yaya Ceravieja es justa. Y consciente de sus defectos peligrosos, como la arrogancia.



Sam Vimes ha tenido que desarrollar un policía interior que lo refrene. Qué fácil sería arrancarle las entrañas con las uñas a ese criminal al que acaba de pillar con las manos en la masa. Este hombre se pasa la vida respetando la ley, evitando linchamientos y manteniéndose sobrio. De verdad, tiene que tirar voluntad cada dos páginas. Y no es fácil, lucha a cada momento por no caer en lo que aborrece... Por no convertirse en lo que persigue.

¿Sabéis toda este fin de invierno y primavera que hemos tenido de gente queriendo linchar gente? Pues cada vez que veo a alguien pidiendo la cabeza de alguien yo me acuerdo de Sam Vimes y de Carcerer. Por ejemplo. Con cada revolución ciudadana me vuelvo a Ronda de noche. Veo a Vimes mirando a Reg Shoe romantizar la movilización y las penurias y veo un montón de Reg Shoes molándose a sí mismos.

Regalar a un político o a alguien con poder Juego de Tronos es una estupidez como un piano, porque no hace más que reflejar la miseria humana en lo que a utilizar el poder se refiere. Que alguien les haga llegar a Sam Vimes, cuya evolución aboga por la ética personal y por hacer las cosas bien, sin poner excusas para caer en lo fácil. Que les planten bajo las narices a Yaya Ceravieja y sus límites.

Mundodisco te hace mejor persona. Y, si no lo consigue, es que no tienes alma.

domingo, 6 de mayo de 2018

De nanas, arrullos y melodías

Aquí en el terruño se celebra hoy el día de la madre. Nosotros, que como humanos nos hemos liberado del yugo de la biología, sabemos que ser madre no se restringe a gestar descendencia. La maternidad es otra cosa: es cuidado, preocupación, inversión de tiempo, amor.

 

Tengo la opinión impopular de que va siendo hora de aunar el día del padre y de la madre en el mismo y dejarnos de zarandajas asociadas a tradiciones religiosas o al tipo de gónada que gasta quien cuida, se preocupa y ama a su progenie, pero supongo que ya llegará.

Como hace 150 años que comenzaron las relaciones diplomáticas entre España y Japón, me apetece hablar un poco a vuelapluma de canciones de cuna niponas hoy. Admitámoslo: gran parte de lo que es cuidar a una criaturita indefensa es conseguir que se duerma. Y que coma, pero para eso suelen usarse onomatopeyas de aeronaves, no música.



Itsuki no Komoriuta. Es una nana tradicional de la ciudad de Itsuki, en la isla de Kyushu. Tiene una melodía preciosa y, como buena canción tradicional, en cada casa se canta de una forma. Se supone que se "redescubrió" en los años treinta, después de haber caído en desuso, pero a lo que vamos aquí es a la letra de la versión moderna: viene a ser un lamento terrible de la nodriza/niñera que cuida de los hijos de quienes son más ricos que ella, lejos de su familia, hasta que lleguen los festivales de verano. Cual personaje de Dickens, se lamenta de que no es más que una mendiga harapienta por la que nadie llorará cuando muera, deseando que cuando fallezca la entierren junto al camino para que los viajeros puedan dejar camelias sobre su tumba.
Que sí, que es una nana.



Takeda no Komoriuta. Esta es otra nana preciosa que va de lo mismo, aunque la letra es un poco menos desesperada. El exilio por motivos económicos, la nostalgia del hogar... Cualquiera que haya estado fregando suelos lejos de su casa puede sentirse identificado. Me sorprende/choca un poco, una vez más, que sea una nana.

Me voy a poner un poco mística aquí: supongo que los bebés, que no son verbales, sienten al escucharlas lo mismo que un occidental que no habla ni una palabra de japonés. Yo, desde luego, al escucharlas por primera vez me quedé prendada por la belleza de la melodía y nada más. Luego buscas traducciones y se te cae el alma a los pies: es un poco el proceso de "crecer". Es como la vida, que te deslumbra con sus colores en la infancia y, según la vas entendiendo, descubres el lado oscuro y doloroso que se imbrica con su belleza. Quizá este tipo de nana sea un aprendizaje, o incluso una metáfora vital involuntaria.





 Canción de Tanabata. No sé si es una nana, canónicamente, pero su melodía (y, esta vez, su letra) invitan a acurrucarse en un regazo protector y dormirse mirando las estrellas. Además, va de Tanabata, que es una historia a la que estoy especialmente unida.

Cantad a esas pequeñas criaturitas indefensas que criáis. Aunque no tengáis oído, eso da igual: es una voz de la seguridad dedicando su tiempo y mimo, y eso se siente perfectamente. Ya habrá tiempo de que crezcan y no quieran estar en brazos. Además, las rutinas para dormir se convierten en un momento mágico para crear vínculos: nanas, cuentos, abrazos. Crear recuerdos bonitos con vuestra progenie y progenitores es el mejor regalo que os podéis hacer.

lunes, 5 de marzo de 2018

Donde hay emoción hay inspiración III: bichas, bichos y "alverres"

Seguimos explorando seres capaces de inquietar el gusanillo ése que se empeña en incitarte a crear.

La bicha de Balazote

Mirad qué saber estar.

Funny fact: mi cerebro decidió, en su momento, que el pueblo donde encontraron al ser éste se llamaba Bazalote. Toda la vida la estuve llamando mal: bicha de Bazalote. A día de hoy tengo que mirar siempre antes de escribir el nombre porque nunca me acuerdo de cuál es la correcta.

Parémonos un momento a pensar en por qué, si las apariencias sugieren un señor con barba, a esta escultura funeraria ibérica se la haya llamado toda la vida "la bicha". Sólo con eso ya podemos sacar un mundo con aires de La mano izquierda de la oscuridad. Si la miramos un poco más y nos ponemos técnicos, se trata de un toro androcéfalo. Vamos, un minotauro al revés.



¿Cuál de las dos criaturas ganaría en un duelo? ¿La bicha, que tiene cerebro humano para pensar y discernir aunque no tenga pulgares oponibles, o el minotauro, que tiene un set complejo de falanges pero la sesera de un rumiante? La verdad es que apuesto por la bicha, que al tener cabeza podría decidir que lo mejor es poner pezuña en polvorosa y, al ser cuadrúpeda, seguro que correría más rápido que el minotauro.

Cualquier bicho aleatorio del Bosco



En serio, yo me imagino a Jheronmus van Aken (ca. 1450-1516) partiéndose la caja según pintaba y emocionándose: "y a esto le voy a poner un pico, y esto va a tener dos cabezas, y a esto le va a salir una fresa del culo". Me pregunto, también, si su carrera pictórica estuvo influenciada por su afición a inventarse criaturas que desafían la realidad. En plan "¿qué tema puedo elegir como excusa para llenarlo de seres abominables?" y gritar "¡Eureka!" al acordarse de que todo lo que sea pintar infiernos y cosas diabólico-chungas da carta blanca para dejar volar la imaginación sin que a uno lo acusen de nada.

Crear una mitología basada en los bichos del Bosco tiene que ser interesante. Desde la organización del porcinonvento del cual se ha escapado la cerdonja hasta la problemática de tener una ciruela por cabeza: una sociedad entre el sueño y la pesadilla tiene que ser un gustazo de explorar.

lunes, 26 de febrero de 2018

Donde hay emoción hay inspiración II: bichos, bichas y viceversa

¿Qué, creando un mundo? ¿Llenándolo de criaturas inmortales, letales o de inusitada belleza? Vamos a ver qué ha hecho el mundo real al respecto. Os voy a presentar a unos pocos bichos cuya existencia, por varias razones, me dejó con el culo torcido cuando las descubrí.

Los tardígrados u ositos de agua



Ah, los tardígrados. Seamos sinceros. Son más feos que presentarte a una oposición. Tienen cara de ir a succionarte la sangre, aspecto de ése gomoso de gusano que hace plonchi-plonchi cuando lo tocas y, si lo ves al microscopio en blanco y negro, no te cabe ninguna duda de que está planeando comerse a tus hijos. Y a tu gato. Y a tu vecina. Y a ti. Son más resistentes que las cucarachas. No desentonarían en Innsmouth. Molan más que un botijo de agua fresquita después de levantarte de siesta en agosto en el pueblo.

No me acuerdo cuándo los descubrí, pero la última vez que me flipé con ellos fue viendo Cosmos. Desafían todas las fantasías del worldbuilder: son capaces de sobrevivir en el vacío, de pasarse diez años sin agua (deliciosa la ironía de llamarlos "ositos de agua") y de sobrevivir a temperaturas de un par de cientos de grados bajo cero. ¿Quién no quiere escribir sobre una sociedad así?

Son los reyes del mambo en internet, por cierto. A poco que investigues puedes aprender a tener uno de mascota (supongo que está especialmente recomendado para aquellos a quienes se les mueren hasta los cactus) o, si prefieres achuchar alguno, hacerte con un peluche, llavero o merchan tardigradínico en general.

Los ctenóforos

Estos bichos no tienen tantos superpoderes y vienen a pasarse la vida flotando en la oscuridad y rumiando (metafóricamente) plancton en sus ratos libres, pero... Luminiscencia.



Miradlos.

Los colores. Las formas. Su inhumanidad. Son tan bonitos para no tener fotorreceptores que a uno le hace pensar en si tiene también una belleza imposible de percibir para su propia especie. No sé; imagináoslos flotando en el espacio, como dioses de cromatismo imposible, con un ser humano chiquitito en la esquinita de la foto que viene a rendir pleitesía.

El hámster



Sí, enarcad la ceja, enarcadla. Ahí donde lo veis, este roedor pelicorto ha convencido a buena parte de la población mundial de que es una buena idea tenerlo en casa, alimentarlo y tenerlo a cuerpo de monarca mientras se llena los abazones de condumio.

En serio, pensad en los abazones como ventaja evolutiva. Imaginaos poder salir a la compra sin bolsa, porque ya la llevas incorporada. Poder guardarte cuarto y mitad de garbanzos en la mandíbula, queso (que lo has pillado de oferta) y un paquete de macarrones. Tener las manos libres para pagar y abrir la puerta de casa al llegar. Poder hacer contrabando. Las leyes sobre los abazones en los aeropuertos.

Un simple hamstercito es capaz de hacernos pensar en las posibilidades del control mental y una sociedad distópica de hamstersonas. La inspiración está ahí enfrente. Sólo hay que mirarla.

lunes, 19 de febrero de 2018

Donde hay emoción hay inspiración I: el tapiz de los Astrolabios

He tomado una decisión importante.

Voy a escribir en el blog sobre cosas bonitas.

Últimamente sólo leo protestas, quejas y demás. El mundo está muy mal (soy la primera que tiene agujetas en la ceja de levantarla y en las manos de apretar el puño) y lo primero que se nos ocurre ante una burrada que nos cabrea es ponerlo por escrito (lo hago habitualmente: con la romantización del sufrimiento, con la romantización de las relaciones tóxicas, con los gurús, con la gente que tiene la comprensión lectora de una mata de tomillo...). Pero ¿y las cosas bonitas? Hace mucho que no hago batiburrillos de libros, que no me flipo con cosas bonitas.

Como la (vaguísima) línea editorial que lleva este blog es que las reflexiones tengan algo que ver con literatura, voy a hablar de cosas bonitas que activan la inspiramígdala, que es un corpúsculo cerebral transhumante (ora en el área de Broca, ora en el nervio óptico, otrora navegando por el sistema límbico). Voy a empezar con una pieza que he visto por fin en condiciones hace poco: el tapiz de los Astrolabios.


Me lo quiero llevar a mi casa.




La señora que mejor se lo ha estudiado es Susana Cortés. Este tapiz está expuesto, normalmente, en el museo de tapices de la Catedral de Toledo, en un edificio a cinco minutos andando de la construcción catedralicia. Se tiró muchos años en el Museo de Santa Cruz, pero pertenece a la Catedral. Mola lo que no está escrito: es un tapiz astrológico. Fue tejido en el siglo XV (observad a los personajes, luciendo modelitos a la última moda) en algún "taller flamenco"; toda la vida se ha dicho que en Tournai por el tipo de cielo, pero no es seguro. Amantes de las Danbrowneces, ya tenéis por dónde empezar a escribir.

¿Os he dicho ya que son ocho metros de ancho por cuatro y pico de alto? Sí. Así de grande es. En el comedor de mi casa no cabe.

¿Que por qué mola tanto?
Señoras y señores, bienvenidos al Worldbuilding medieval. Esperad, que me remango.



Este señor es dios padre. Es quien corta el bacalao en este mundo y ha ordenado todo lo que vamos a ver a continuación, por eso está en el mismo lugar que las letras capitales, por donde empezamos a leer un texto. La cartela, la mar de útil para los que pueden leer gótica fracturada, explica así de forma un tanto mística que dios ha puesto ahí a este ser angelical a darle marcha al universo:



Mirad qué mangas me lleva en el vestido, por dios

Y a este otro a hacerlo girar:


 Con una manivela. UNA MANIVELA.

Mientras el pobre Atlas (sí, una figura pagana-mitológica) sostiene el mundo, que para eso está.


Y ahora viene el mundo. ¿Qué forma tiene el mundo? ¿Cómo lo representamos? Pues igual que el instrumento que nos hemos inventado para orientarnos en él: un astrolabio del hemisferio norte, con sus constelaciones.


  Si no te gustan los astrolabios no tienes alma

Ahí, en el medio, está la estrella polar manejando el cotarro. Aparecen muchas constelaciones fáciles de identificar: Andrómeda, Pegaso, Sagitario, Perseo... Voy a aprovechar para comentar aquí que para la intelectualidad medieval astronomía y astrología venían a ser ingredientes del mismo gazpacho. Cómo se mueven los cuerpos celestes no podía desligarse del efecto que tienen dichos cuerpos celestes en la vida de los mortales.

Dicho esto, voy a dejar que un trabajador del British Museum os explique cómo utilizar un astrolabio, por si acabamos todos en un mundo postapocalíptico donde no funcionen ni las brújulas.



A la derecha del tapiz está la exquisita parte donde viene a decir que para entender todo esto tan guay, místico y maravilloso que hay aquí tejido tienes que seguir el camino de la ciencia. Sí. Dios mío, medievales flipándose con la ciencia. Sale la filosofía entronizada (que venía a ser así como el "saber" en general, que compendiaba un poco todo lo demás) y dos de sus facetas, la geometría y la artimética:


Ese cacharro que lleva la geometría en la mano es una plomada 
(aunque parezca un sextante,
la clave para reconocerlo es el hilito con la pesa que le cuelga).
La aritmética se entretiene haciendo cuentas, que para eso está.

Los dos señores de la derecha del todo son Virgilio (el de la Eneida al que Dante sacó haciendo un cameo en La Divina Comedia) y un tal "Abrachis", que se identifica con Abraham y con Hiparco (hale, otro misterio, tirad de ahí). Mi deformación profesional me dice que están ahí para rebotar la lectura del tapiz: lo hemos leído de izquierda a derecha (dios ordena el cielo, el mundo y todo, la forma de hacerlo se entiende con la ciencia, los sabios hacen uso de la ciencia) y ahora lo leemos de derecha a izquierda: los sabios (que podríamos ser nosotros), a través de la ciencia, comprendemos cómo está ordenado el mundo y, a través de esa comprensión, descubrimos mejor a dios/nos acercamos a entender el plan de dios/algo así medieval de que dios mola y lo organiza todo estupendamente.

Además, induce a la reflexión y la duda de forma sutil: ¿dónde está el origen de todo? ¿Dios o la humanidad? ¿Por dónde empezamos a leer? ¿Es dios quien lo organiza a todo o es la humanidad quien atribuye la organización a dios? ¿Nos convertimos en divinidades cuando desentrañamos los misterios de cómo funciona el mundo? ¿Sabían cuando diseñaron este tapiz que podría dar lugar a esta interpretación y todas estas preguntas? ¿Es acaso un tapiz atemporal, capaz de cambiar de lectura según cambian los tiempos?

Pues eso. Si os inspiran los tapices, no os perdáis tampoco el tapiz de Gerona ni el de Bayeux.

Cierro esta entrada con la astrología.


Es pura curiosidad: mirad cómo sonríe, qué mirada de ilusión señalando al cielo, cómo parece querer saberlo todo y descubrirlo todo. Creo que es la figura más bonita de todo el tapiz.

jueves, 25 de enero de 2018

Libros de señores muertos: dones y oscuridad

Voy a dejar los panegíricos para la gente que conoce su obra más en profundidad y a centrarme en mi experiencia con los libros de esta autora.


He leído una parte ínfima de la obra de Ursula K. Le Guin. Me acerqué a ella ya de adulta, con mucha precaución. Eso no ha impedido que con lo poco que he leído se colocara cómodamente en mi panteón particular. No me la esperaba así, la verdad.
La precaución o recelo venía por dos razones distintas. La primera es culpa de la tele.


La adaptación televisiva de una de sus sagas más aclamadas la echaron en ¿telecinco? en los tiempos en que el rebufo de Lord of the Rings propiciaba adaptaciones pachangueras hechas por gente a la que le daba igual fantasía que cheetos y sólo quería ganar pasta mediante la técnica de tratar al público como si estuviera falto de sinapsis. Sin embargo, inocente yo, vi que echaban “una peli nueva de fantasía”, caí en la trampa y me la tragué entera.

Aparte de los efectos changamanga, la historia me dejó con una ceja más alta que otra. Estaba yo a media carrera, supongo que en tercero o cuarto, pongamos que fue en 2005, que es una fecha redonda. Escribía cosas muy poco regulares; cosas que aún hoy me parecen brillantes y otras que me dan ganas de quemar con azufre cuando las releo, pero ya tenía cierto criterio desarrollado y esa cosa que había pasado en la pantalla era como una lasaña light: con todos los elementos de una lasaña gloriosa pero los ingredientes sustituidos por sucedáneos o, directamente, por cosas aberrantes. Me enteré de que estaba basada en libros de esa señora que había visto en las estanterías de las librerías tiempo ha; señora que en mis años (más) mozos me daba cosica porque se llamaba como la bruja de la sirenita (sí, mis sesgos siempre han sido así de peregrinos).


Ahí había o gloria bendita deslavazada u otra Dragonlance. Esto me lleva a la segunda razón, que es culpa de la anémona que llevo dentro.

Le tengo a esto una manía...

En mi empeño por escribir bien fantasía, en tiempos pre-internet (hasta quinto de carrera, la verdad, no me sentí cómoda usando ese invento demoníaco ni tuve soltura con él) se me ocurrió que tenía que leer a la gente que lo hacía bien. Una de las cosas en las que piqué fue la Dragonlance, que me dio angina de píloro. Me dejó con un trauma (poniéndola como la ponían, siendo lo famosa que era, me imaginaba que estaba bien escrito y tal) y desarrollé aversión a (adivinad) las sagas y autores a los que ponían por las nubes y demás.


Bueno, pues al investigar sobre Ursula K. Le Guin al hilo de la miniserie, obviamente, descubrí que era una autora consagradísima y que a todo el mundo le molaba un montón. Y me dio... Cosica. Y dije “bueno, ya leeré algo” y pasaron diez años hasta que le hinqué el diente. Moraleja: igual que las buenas adaptaciones pueden abrir el camino a los libros, las malas lo dificultan o cierran, por eso me cabrean tanto.


Por el camino me vi la peli de Ghibli,
que me gustó pero tampoco me hizo salir corriendo a buscar los libros.

Husmeando en la biblioteca, ya con mi primer retoño publicado y horas ingentes de autocorrección a la chepa, me encontré con un libro suyo que no conocía (no era ni de Terramar ni tenía manos de las oscuridad ni nada) y lo cogí. Sin expectativas.

Y mira que la portada MISTERIOSA
con chaval MISTERIOSO y fogonazo de luz MISTERIOSO
tira un poco patrás...


Se titulaba Los dones, era el primero de una trilogía y me cogió el alma, la devanó, hizo un ovillo con ella y tejió una manta. Ahí estaba: canastos, botijos infinitos de magia, ausencia total de las cosas que me hacen empezar a leer en diagonal. Me leí los otros dos. El tercero me dejó agotada emocionalmente, exhausta, como si me hubieran exprimido el cerebro.


Unos libros que hasta hacía tres días no conocía. De la señora que se llamaba como la bruja mala y cuya obra me daba miedo que estuviese sobrevalorada. Salí tan tocada de esa lectura que me dio miedo coger otro libro suyo, porque esa señora tenía poder cuando escribía, el de agitarte hasta hacerte cambiar. Pocos escritores tienen esa capacidad.


He empezado varios libros suyos más, pero son muy duros. Tengo que parar a media lectura para tomar aire y convencerme de que no estoy ahí, de que no me está pasando a mí, y para luchar contra la frustración de no poder intervenir y ayudar (me ha pasado con El nombre del mundo es bosque y con En el lugar del comienzo). Me exige un estado emocional que no siempre tengo. Sabiendo todo esto, ponerme a leerla es una declaración de intenciones en sí. Un “estoy preparada para enfrentarme a esta prueba”.


Curiosamente, volvería gustosa en segunda lectura a los Anales de la costa occidental. A aprender cómo hace para devanar y tejer. Sabiendo qué me voy a encontrar, el miedo a la indefensión es menor.


Intentando condensar lo que intento decir: una no sale indemne de la literatura de Ursula K. Le Guin.

miércoles, 10 de enero de 2018

De obligaciones, presión y libertad

A ver, que yo lo entiendo.

Es mucho más fácil que alguien te diga qué hacer. Cómo tienen que ser las cosas. Si sigues postulados ajenos y salen bien, todos ganan; si resulta que fracasas (porque los postulados sean flojillos, porque no te valen a ti personalmente o porque cae un meteorito en el Atlántico) le puedes echar la culpa a otros. Es fantástico.

He vuelto a leer (si ya sé que la culpa es mía, por andar enterándome de qué piensa la gente del mundo real) lo de que el arte DEBE ser denuncia social, o protesta, o montarse en el carro de los problemas contemporáneos y demás sarta de sandeces. Tengo una vista preciosa de mi lóbulo frontal desde el sitio a donde han ido a parar mis pupilas al poner los ojos en blanco. Aprovechando que tengo este rancho en mitad del desierto para escribir lo que me da la imperial gana, voy a manifestar por qué se me están cociendo los glóbulos rojos a fuego lento.

Gracias al siglo XIX, a la muerte del canon y a la aparición del relativismo estético, el pobre concepto de arte se ha reducido simplemente a una forma de expresión voluntaria. Según los cánones varios, así simplificando muchísimo, para que una obra (literaria, plástica, dramática o musical) fuese considerada arte tenía que ser o bella o, por lo menos, transmitir claramente un mensaje. Ahora, no hace falta. Algo es arte porque la persona que lo hace dice que lo es.

Voy a poner un vídeo. Porque sí.



Si bien le veo las desventajas (el cantamañanismo, mayormente) a que el arte ya no tenga reglas, le veo las ventajas también (nadie va a venir a decirme lo que tengo que escribir o no). No, hijos míos, no: el arte ya no DEBE ser nada. El arte PUEDE ser muchas cosas, pero ese alegato que busca convertir el arte en vehículo subversivo no es más que la reacción romantizada tras la destrucción del concepto de arte; un intento ególatra de convertirse en salvadores, héroes trágicos, Artistash. Es un intentar volver a convertir al artista en figura; en el mundo en que ya se ha inventado todo y la posibilidad de innovación está reservada a los genios, es la ruptura lo que le queda al hacedor de andar por casa. En los tiempos en que estamos, se convierte en la ruptura con la ruptura previa.

Es la noción malsana de que el arte tiene que servir para algo. Ahora es cuando me remango.

Si hay algo nefasto a la hora de crear es tener que hacerlo bajo presiones. No elecciones. Ejemplo: "Quiero cambiar el mundo, así que voy a escribir una novela"; plasplas, chapó, olé, corre. "Quiero escribir una novela con gatitos que aprenden a maullar, a ver qué hago para que sea subversiva, políticamente correcta, remueva conciencias y de paso enseñe el verdadero significado del invierno", no. NO. No TIENES que adaptar tus obras a nada.

Se nos llena la boca hablando de libertad y de elecciones, pero una de las cosas a las que nadie nos enseña es a elegir con eficacia, mayormente porque eso se basa en un paso previo, saber qué queremos de verdad. Y saber eso es como poseer la piedra filosofal.

(Inciso: nótese que ni siquiera he tocado el cómo entrar en las valoraciones de la calidad de las obras, que eso es abrir otro melón.)

Saber qué quiere uno es como tener oído musical: hay quien nace con ello y flipa cuando descubre que hay quien no lo tiene y hay quien tiene que ponerle mucho empeño, dedicación y esfuerzo para averiguarlo. Crecemos entre expectativas ajenas. Nos creamos expectativas basadas en percepciones y deducciones erróneas. Acabamos sintiendo que tenemos que querer cosas u objetivos concretos por razones peregrinas como que están socialmente aceptados, porque serían subversivos o por feelings nebulosos de que "debería ser así". ¡Escribe bien! ¡Vende libros! ¡Firma libros! ¡Cosigue seguidores! ¡Cambia el mundo! ¡Crea polémica! ¡Siéntete importante!

Tengo el podeeeer

Por todo esto me cabreo cuando la gente dice que el arte, la literatura, la música o la jardinería DEBEN ser algo. Porque además, en muchos casos, es un grito de justificación de sus propias elecciones (o no-elecciones). Ya sabéis, la necesidad de ser gurús o de buscar respaldo o de imponer la dieta de la alchachofa. Se convierte en meter por un embudo aspiraciones empaquetadas, un cursus honorum de marca blanca, a la gente que aún no sabe bien lo que quiere.

Lo perniciosas que son las redes sociales a la hora de bombardear con estos "debes" también es de traca, por cierto. No me extraña nada lo extendido que está el síndrome del impostor. La única solución es descubrir qué quiere uno.

Si sólo quieres contar historias, eres libre. Escribir lo que quieras. Como quieras.

Si lo que quieres es vender libros... Esa harina no es que esté en otro costal, eso ni siquiera es harina, sino cemento. Ya lo de los seguidores y las alabanzas de la crítica es magia infernal pura; la aprobación de nuestros semejantes, una vez más, es un inframundo terrible.