No sabéis el tiempo que llevo deseando poder escribir esta entrada.
Hace exactamente una semana se puso a la venta Kami y las nueve colas. Es un álbum ilustrado en el que la parte plástica corre al cargo de Zuzanna Celej y la edición es cosa de Pastel de Luna. La historia, obviamente, es mía.
Es un libro muy especial.
Permitidme que os deje aquí cómo empieza:
He sido Ezo mucho tiempo. Todo aquel que se las ha visto con el síndrome del impostor sabe bien por qué Ezo se esconde y también reconocerá lo que pasa a continuación.
Aunque estemos hechos para volar, no podemos hacerlo con los ojos cerrados y las patas encogidas. Las consecuencias de intentar las cosas a medias (quizá, como una forma de protección: si lo intentas a medias y fracasas, siempre te queda el consuelo de no haberlo intentado "bien", de saber dónde está la causa del fracaso... El miedo a no conseguirlo después de haber puesto lo mejor de uno es un obstáculo enorme) pueden ser nefastas.
Así es como Ezo conoce a Kami: al caer sobre ella al intentar volar. Imaginaos envueltos en la vergüenza de haber caído sobre una ardilla y descubrir que tiene nueve colas. Sí, nueve colas. Como los kitsune. Kami no es un zorro, pero eso no importa. ¿Cómo se gana uno cada una de ellas? ¿Qué pasa en todo ese tiempo durante el cual uno se hace viejo y sabio para desarrollar esta última cualidad?
Eso es lo que se imagina y explora en este álbum. A través del Japón mítico y legendario, bebiendo de los cuentos tradicionales (La grulla tejedora), de supersticiones ancestrales (no se habla de la cuarta historia); explorando lugares emblemáticos (Nara, el monte Fuji, el santuario de Ise) y codeándose con criaturas sobrenaturales (la Yukionna, los siete dioses de la fortuna), Kami crece y aprende, en busca de la mano anónima que una vez le prestó ayuda.
La empatía, la compasión y la paciencia son las fortalezas de Kami, los vientos que guían su viaje en busca de su Ítaca particular, haciendo de su periplo uno largo, al final del cual haya dejado un mundo mejor que el que encontró al nacer. Detenerse para ayudar, para escuchar y para acompañar vertebra la aventura, una en la que no hay antagonistas ni enemigos malvados, en la que no hay que luchar contra quien quiere hacerte daño sino simplemente con los propios miedos, con la enfermedad, con los imprevistos... Quizá sea este el aspecto más mítico y legendario de toda la historia: en este viaje no hay que enfrentarse a la maldad, sino a las complicaciones que ya vienen con la vida, que no son pocas.
Explicitar todo esto a los primeros lectores no es necesario. Los más sensibles lo intuirán y lo verán claro al volver al libro, años despues. Los que se queden con las aventuras de la ardilla que no tiene miedo ni frío ni hambre quizá se sorprendan cuando regresen a sus páginas en el futuro, si es que regresan, cosa que no siempre es necesaria. Como mínimo, todos se llevarán una pincelada de mitología japonesa y un soplo lírico, un picorcillo de la emoción de viajar y una semillita de curiosidad.
Ya hablaré en profundidad de cada una de las historias; sobre todo, de la quinta (que habla de amor y es mi favorita) y de la sexta (la más oscura). También de cómo nació y qué la inspiró. Por ahora sólo quiero regodearme en el hecho de que esta historia ha llegado a las librerías y en que las ardillas míticas han comenzado su travesía sin miedo, ni frío. Hambre sí, seguro que tienen, pero eso se soluciona con mucho salmón.
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