Voy a dejar los panegíricos para la
gente que conoce su obra más en profundidad y a centrarme en mi
experiencia con los libros de esta autora.
He leído una parte ínfima de la obra
de Ursula K. Le Guin. Me acerqué a ella ya de adulta, con mucha
precaución. Eso no ha impedido que con lo poco que he leído se
colocara cómodamente en mi panteón particular. No me la esperaba
así, la verdad.
La adaptación televisiva de una de sus sagas más aclamadas la echaron en ¿telecinco? en los tiempos en
que el rebufo de Lord of the Rings propiciaba adaptaciones
pachangueras hechas por gente a la que le daba igual fantasía que
cheetos y sólo quería ganar pasta mediante la técnica de tratar al
público como si estuviera falto de sinapsis. Sin embargo, inocente yo, vi que echaban “una peli nueva de fantasía”, caí en la trampa y me la tragué entera.
Aparte de los efectos changamanga, la historia me dejó con una ceja más alta que otra. Estaba yo a media carrera, supongo que en tercero o cuarto, pongamos que fue en 2005, que es una fecha redonda. Escribía cosas muy poco regulares; cosas que aún hoy me parecen brillantes y otras que me dan ganas de quemar con azufre cuando las releo, pero ya tenía cierto criterio desarrollado y esa cosa que había pasado en la pantalla era como una lasaña light: con todos los elementos de una lasaña gloriosa pero los ingredientes sustituidos por sucedáneos o, directamente, por cosas aberrantes. Me enteré de que estaba basada en libros de esa señora que había visto en las estanterías de las librerías tiempo ha; señora que en mis años (más) mozos me daba cosica porque se llamaba como la bruja de la sirenita (sí, mis sesgos siempre han sido así de peregrinos).
Aparte de los efectos changamanga, la historia me dejó con una ceja más alta que otra. Estaba yo a media carrera, supongo que en tercero o cuarto, pongamos que fue en 2005, que es una fecha redonda. Escribía cosas muy poco regulares; cosas que aún hoy me parecen brillantes y otras que me dan ganas de quemar con azufre cuando las releo, pero ya tenía cierto criterio desarrollado y esa cosa que había pasado en la pantalla era como una lasaña light: con todos los elementos de una lasaña gloriosa pero los ingredientes sustituidos por sucedáneos o, directamente, por cosas aberrantes. Me enteré de que estaba basada en libros de esa señora que había visto en las estanterías de las librerías tiempo ha; señora que en mis años (más) mozos me daba cosica porque se llamaba como la bruja de la sirenita (sí, mis sesgos siempre han sido así de peregrinos).
Ahí había o gloria bendita
deslavazada u otra Dragonlance. Esto me lleva a la segunda razón,
que es culpa de la anémona que llevo dentro.
Le tengo a esto una manía...
En mi empeño por escribir bien
fantasía, en tiempos pre-internet (hasta quinto de carrera, la
verdad, no me sentí cómoda usando ese invento demoníaco ni tuve
soltura con él) se me ocurrió que tenía que leer a la gente que lo
hacía bien. Una de las cosas en las que piqué fue la Dragonlance,
que me dio angina de píloro. Me dejó con un trauma (poniéndola
como la ponían, siendo lo famosa que era, me imaginaba que estaba
bien escrito y tal) y desarrollé aversión a (adivinad) las sagas y
autores a los que ponían por las nubes y demás.
Bueno, pues al investigar sobre Ursula
K. Le Guin al hilo de la miniserie, obviamente, descubrí que era una
autora consagradísima y que a todo el mundo le molaba un montón. Y
me dio... Cosica. Y dije “bueno, ya leeré algo” y pasaron diez
años hasta que le hinqué el diente. Moraleja: igual que las buenas
adaptaciones pueden abrir el camino a los libros, las malas lo
dificultan o cierran, por eso me cabrean tanto.
Por el camino me vi la peli de Ghibli,
que me gustó pero tampoco me hizo salir corriendo a buscar los libros.
que me gustó pero tampoco me hizo salir corriendo a buscar los libros.
Husmeando en la biblioteca, ya con mi
primer retoño publicado y horas ingentes de autocorrección a la
chepa, me encontré con un libro suyo que no conocía (no era ni de
Terramar ni tenía manos de las oscuridad ni nada) y lo cogí. Sin
expectativas.
Y mira que la portada MISTERIOSA
con chaval MISTERIOSO y fogonazo de luz MISTERIOSO
tira un poco patrás...
Se titulaba Los dones, era el primero
de una trilogía y me cogió el alma, la devanó, hizo un ovillo con
ella y tejió una manta. Ahí estaba: canastos, botijos infinitos de
magia, ausencia total de las cosas que me hacen empezar a leer en
diagonal. Me leí los otros dos. El tercero me dejó agotada
emocionalmente, exhausta, como si me hubieran exprimido el cerebro.
Unos libros que hasta hacía tres días
no conocía. De la señora que se llamaba como la bruja mala y cuya
obra me daba miedo que estuviese sobrevalorada. Salí tan tocada de
esa lectura que me dio miedo coger otro libro suyo, porque esa señora
tenía poder cuando escribía, el de agitarte hasta hacerte cambiar.
Pocos escritores tienen esa capacidad.
He empezado varios libros suyos más,
pero son muy duros. Tengo que parar a media lectura para tomar aire y
convencerme de que no estoy ahí, de que no me está pasando a mí, y
para luchar contra la frustración de no poder intervenir y ayudar
(me ha pasado con El nombre del mundo es bosque y con En el lugar del
comienzo). Me exige un estado emocional que no siempre tengo.
Sabiendo todo esto, ponerme a leerla es una declaración de
intenciones en sí. Un “estoy preparada para enfrentarme a esta
prueba”.
Curiosamente, volvería gustosa en
segunda lectura a los Anales de la costa occidental. A aprender cómo
hace para devanar y tejer. Sabiendo qué me voy a encontrar, el miedo
a la indefensión es menor.
Intentando condensar lo que intento
decir: una no sale indemne de la literatura de Ursula K. Le Guin.
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