Es bastante llamativo que la
humanidad, en todo el globo, se haya esforzado en construir un lugar
donde los muertos puedan pasar la eternidad en condiciones más o
menos deplorables. Este afán de imaginar y creer, de dar respuesta a
esa pregunta terrible que es la muerte, es una constante en todas las
religiones y sociedades que los bípedos pensantes han desarrollado.
Una de las cosas que mejor hacemos los
humanos es contarnos historias. Actúan como bálsamo, como consuelo
un tanto parco ante una cuestión tan angustiosa como es la pérdida.
Izanagi y Orfeo: la impaciencia
mató la esperanza
En el folclore japonés, según la
tradición sintoísta, el mundo fue creado por Izanami e Izanagi. La
primera muere de forma trágica -dando a luz al Kami de fuego- y su
pérdida afecta, lógicamente, a Izanagi.
¿Dónde va Izanami?
Su condición de diosa creadora no
puede protegerla y acaba morando en el Yomi, una suerte de infierno
gris y baldío donde no importa qué clase de vida llevaras mientras
estabas vivo. Donde otros sistemas de creencias se han esforzado en
proyectar una esperanza -pórtate bien e irás al cielo, destripa
muchos enemigos y acabarás en el Valhalla- el sintoísmo no nos
ofrece recompensas por "portarnos bien". Pudiera parecernos
lógico que esto llevase a una cierta desidia vital, una carta blanca
para alejarnos de lo correcto. Sin embargo, le da a lo correcto otra
dimensión, un valor, un fin en sí mismo, en vez de degradarlo a un
medio para conseguir un premio.
Izanagi no se resigna y va a buscar a
Izanami.
Eurídice, la amada de Orfeo, también
muere en circunstancias trágicas. Él, desgarrado por el dolor de su
pérdida, se adentra en los submundos grecolatinos armado con su lira
dispuesto a suplicar por la vida de Eurídice. Ríos, lagos y
regiones bien diferenciadas componen los infiernos griegos: hay un
cierto manual de instrucciones para hacerles la "vida" más
fácil a los difuntos en su nuevo plano de existencia.
Sorteando todos los obstáculos -lo
normal en estos casos: perros gigantes de tres cabezas, tormentas,
barqueros inflexibles- Orfeo llega ante Hades y Perséfone y canta,
consiguiendo que atiendan su petición. Como los dioses griegos
tienen una cierta tendencia a retorcer lo que podría ser simple y a
inventarse reglas sobre la marcha, le prometen que Eurídice volverá
con él, que lo seguirá en el camino al mundo de los vivos, si él
cumple con una pequeña condición de nada.
Hasta los píxeles se inventarion en la Antigüedad.
Cuando Izanagi encuentra a Izanami,
ésta le comunica que ya ha tomado el alimento del inframundo y que
la única esperanza ahora es intentar convencer a los gobernantes de
Yomi para que la dejen marchar. Mientras, Izanagi debe esperar.
Izanami insiste en que no debe mirar dentro de la estancia donde se
retira a tal efecto.
Las instrucciones que recibe Orfeo son
similares: no debe mirar atrás durante el viaje de vuelta. Eurídice
le seguirá pero él no puede volverse a comprobarlo hasta que el sol
de los vivos la bañe por completo.
Este "no mirar" es terreno
fértil para la interpretación. ¿Qué metáfora velada guarda? ¿Qué
nos dice, sin decirlo, sobre la muerte? El "no mirar" se
disfraza de paciencia y de esperanza. Cual gato de Schrödinger,
Izanami va a volver y no va a volver; Eurídice camina tras Orfeo y a
la vez no camina. Vivas y muertas a la vez. Todos los humanos somos
condenados a muerte en potencia -hasta que la tecnología permita lo
contrario- y la incapacidad de gestionar la incertidumbre existencial
del cuándo y el cómo es un motivo de desesperación que no pasa de
moda.
Izanagi se impacienta y se asoma.
Contempla el verdadero aspecto de Izanami muerta, lo cual la
enfurece: es ella misma quien descarga su ira sobre él y lo persigue
hasta los confines de la tierra de los muertos. La impaciencia de
Izanagi y el orgullo de Izanami crean una enemistad mortal entre
ambos: roto el matrimonio, Izanami se dedicará, a partir de entonces
y hasta que acabe el tiempo, a matar a los hijos de Izanagi, que
promete hacer nacer a muchos más de los que ella reclame.
Orfeo, al final de un penoso camino en
el que aguanta sin mirar atrás, finalmente se vuelve. Es una
sensación semejante a la de que te mate un final boss cuando
le queda un punto de vida. Eurídice se deshace en polvo y Orfeo se
entrega a la desesperación.
¿Es imposible triunfar sobre la
muerte?
Lúthien: el triunfo de la
mitología moderna
J.R.R. Tolkien, cuyo centésimo
vigésimo quinto cumpleaños se habría celebrado el pasado tres de
enero, es posiblemente el creador de la mitología moderna más
completa y profunda. Se echó a la espalda el trabajo que lleva a
cabo una sociedad entera durante siglos y salió airoso. Un análisis
a su trabajo en la elaboración de mitos revela cómo luchó contra
las incoherencias internas de su mundo, contra las distintas
versiones escritas y reescritas, exactamente iguales que las que
podemos encontrarnos en la mitología grecolatina, por ejemplo.
En un sistema tan complejo no podía
faltar la reflexión sobre la muerte. Con respecto a los Hombres,
Tolkien no revela qué les aguarda exactamente tras la muerte, sólo
que su destino es diferente al de los Elfos y habrá que esperar al
final de los tiempos para ver qué pasa (muerte, incertidumbre,
secreto, paciencia).
El viaje de los vivos al lugar donde
habitan los difuntos lo protagoniza, en este caso, Lúthien. Este
personaje lleva detrás un historial de no arredrarse ante nada y
buscar la forma de salirse con la suya, no importa el peligro al que
quede expuesta. Tras la muerte de Beren, su amado, decide ir a
negociar con Mandos -que guarda las estancias de los difuntos- para
conseguir que el mortal vuelva a la vida.
Igual que Orfeo con Hades, Lúthien
canta ante Mandos. Por primera y última vez, él se conmueve y busca
una solución. Consulta a Manwë (el primus inter pares de su
panteón, sólo por debajo de Ilúvatar, el creador) y presentan a
Lúthien una elección: vivir para siempre en las Tierras
Imperecederas, sin Beren, o regresar a las tierras mortales con él,
como mortal, compartiendo ambos el destino de los Hombres.
Lúthien elige.
Es uno de los personajes cumbre del siglo XX.
A diferencia del mensaje
descorazonador de la historia de Orfeo o del desastre que causa
Izanagi, el regusto que deja la hazaña de Lúthien no tiene notas de
desesperación. Gestiona la certeza de la muerte desde una
perspectiva más madura, centrándose más en aprovechar la vida que
en temer su final. Lúthien elige vivir en lugar del duelo eterno.
Ayuda bastante que no haya "trampas" en la elección que le
presentan los seres superiores.
Seguimos contándonos historias.
Seguimos viviendo como si no nos fuéramos a morir y enfrentarnos a
esa certeza es la ordalía principal. El querer vivir para siempre no
debe impedir vivir ahora. A estas alturas, como dijo Kavafis, sin
duda sabremos qué significan las Ítacas.
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