Vengo a hablar hoy de presentaciones de
libros y lo que surja.
El sábado estuve en la Biblioteca de
Castilla-La Mancha presentando La noche que Tronnia cambió su mundo.
Igual que en Zaragoza, mi intención era más bien traer el libro a
la vida que hablar de la metáfora, la doble lectura y todas esas
cosas que probablemente te resulten un truñón supino cuando tienes
ocho años.
Aquí, discutiendo con mi público sobre Schopenhauer.
No sé si valen para vender libros.
Para hacer el cabra y saltarse las normas desde luego que sí.
Recuerdo un tiempo en que leer y jugar se solapaban. Muchas veces al
adulto se le pasa eso y entra en una espiral de solemnidad lectora
que no concibo personalmente ni siquiera con tochardos académicos.
Ayer jugamos. Trajimos a la vida la Danza Descoordinada anual,
descoordinándonos todos a la perfección. El concurso de Aullidos
Ancestrales estuvo muy reñido, pero finalmente los Cuculandrejos
Reticulados se alzaron con la victoria (y se llevaron unos cuantos
sugus troll extra). Mi varita mágica del Duenderoski no cogía muy
bien la wifi, pero los hechizos parece ser que salieron bien.
Los sugus troll supervivientes.
Igual es la deformación profesional de
los años que me pasé de monitora de campamento, pero en el tema de
"animación a la lectura" creo que prima la "animación".
Las lecturas obligatorias suelen ser la muerte a pellizcos. Todo lo
que tengas que hacer por obligación impuesta desde el exterior suele
convertirse en una tortura mereenina. A este respecto, me quedé muy
contenta en la firma de la tarde: los padres/tutores/personas que
ponían la pasta dejaban, en general, elegir a los niños qué
querían llevarse. Los críos lo tienen claro.
Mi cerro de libros.
En otro orden de cosas, ya que estaba
en la biblioteca aproveché para llevarme un cerrillo de libros. Cómo
molan las bibliotecas. Igual es una inversión a plazo larguísimo,
pero creo que si contribuyo a que a los cachorros humanos les molen
los libros y se sientan autónomos y libres eligiendo sus lecturas,
evolucionarán en seres humanos competentes y a alguno de ellos le
dará por comprar mis títulos y sacarme de pobre. Otra cosa no, pero
paciencia no me falta.
Por ahora, me quedo con sus caritas de
ilusión de ayer. Y con la purpurina que voy a estar encontrándome
en la ropa, la mochila y el pelo durante unos cuantos días más.
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