jueves, 19 de mayo de 2016

5 cosas que me la traen al fresco cuando escribo


Esto viene un poco para que sepáis qué NO os vais a encontrar en mis libros si os da por leerlos.

1. Las batallas con escuadrones y cosas. Cuando te da por la fantasía épica es normal que acabes enfrentando a dos ejércitos (o más) para decidir el destino del mundo o algo. Igual que al leer recorro en diagonal los párrafos que hablan del avance de la caballería por tal flanco o cómo los lanceros sorprendieron a los ballesteros en tal vaguada, tiendo a pasar un kilo y medio de describir y analizar batallas. Básicamente, porque no me interesa. No soy Julio César hablando de pollos guapos. Me aburro. Sep. No voy a pedir perdón por ello.

Esto es lo que veo cada vez que leo una batalla.

Esto tiene que ver, fundamentalmente, porque entre mis objetivos no están ni demostrar lo puesta que estoy en Warhammer ni cuántos libros de Osprey me he metido entre pecho y espalda. Tampoco me interesa hablar de por qué Zutano es mejor general que Mengano, en cuyo caso necesitaría empaparme del tema para darle autoridad racional a la cosa. Las batallacas de El Tiempo de Viridia se libraban con coros y canticios y creo que sólo hay una escaramuza forestal descrita con detalle. Como suelo huir de la omniscencia al escribir, además, los enfrentamientos suelen ir desde el punto de vista de un solo personaje que, sorpresa, no puede ver todo lo que está pasando a la vez, y puede malinterpretar lo que pasa, por ejemplo.
Con esto no quiero decir que escribir sobre batallas sea de pobres. Quiero decir que para lo que quiero contar me sobran.

2. El refocilamiento. Pasa igual que con las batallas. Lo importante para mí no es quién tiene la mando dónde, sino el hecho de que el refocilamiento se produzca o no, y las consecuencias que tenga. Me pasa lo mismo que con dónde están los ballesteros: no tiene importancia para la historia que estoy contando. Por cierto, en El Tiempo de Viridia hay un burdel y una generación entera de súcubos y ni una escena explícita de sexo. Me gusta vivir al límite.
Como con las batallas, me aburre soberanamente leer sobre el tema, así que no escribo sobre ello.

3. La continuidad diaria. Lo llamo, dentro de mi cabeza, el síndrome de Frodo y Sam, o la Maldición de Proust. Pasan los párrafos y no pasa nada. Caminan y ven piedrecitas. O contemplan magdalenas. Y sigue sin pasar nada. Nada en absoluto.

 Spoiler: doscientas páginas más tarde todo sigue igual.

Transmitir el hastío a base de hastío no va conmigo. Tiendo a saltar a los momentos en los que pasa algo. Me doy cabezazos contra el gotelé cuando descubro que he escrito tres páginas de qué bonito es el bosque, oiga. Una vez más, no digo que matar de aburrimiento al lector transmitir el hastío así sea malo, sólo que no me vale para lo que quiero contar.

4. Hacerle la vesícula un lío al lector con la continuidad temporal. Pertenezco a esa generación que tuvo que leerse La verdad sobre el caso Savolta para Selectividad y no quiero despertar en nadie las ansias homicidas que yo sentí leyendo esa cosa ese libro. Los flashbacks son flashbacks y se nota que son flashbacks, de nada. Y mira que he terminado una novela sobre un bosque donde el tiempo funciona raro, pero insisto en que los experimentos estos vanguardistas a mí me descabalan el feng-shui.

5. Por dónde se le salen las entrañas a la gente. Esto, que es más viejo que las legañas (ya lo hacía Homero, el tío gore) y que ahora está bastante de moda, también tiende a sobrarme. A no ser que tenga un personaje enfrentándose con la violencia por primera vez, y en ese caso suelo centrarme en sus impresiones, y dado que no escribo sobre médicos forenses la descripción de heridas y demás suele ir en la línea de "ottia, cuánta sangre, espérate que poto". También podría hacerme falta si me da por escribir sobre verdugos a los que les encante su trabajo, pero creo que no va a caer esa breva. 

 Tranquilos, que ya vierto yo toda la sangre que la moza esta se guarda.

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