Yo no sé vosotros, pero cuando a mí se me descuajeringa la existencia, escribo. Escribo patatas, mayormente, pero al menos consigo una pequeña parcela de control que tranquiliza bastante mi mente. Hay momentos, sin embargo, en que escribir no es una opción y sólo queda escapar.
Los lectores tendemos a huir a los libros.
Hay quien se esconde en historias nuevas, donde la historia desconocida pliegue el tiempo exterior y donde la propia mente, llevada por los avatares ajenos, se recomponga sin darse cuenta. Hay quien se atrinchera en libros conocidos, donde no existe el peso de la incertidumbre y uno puede aliviar sus heridas con el bálsamo de lo previsto. Comprobar que hay algo que no cambia, que queda algo de seguridad, no tiene precio.
Quizá por eso cuando cambian cosas en las adaptaciones a pantalla la gente se rebota tanto. Es como llegar a tu casa y que tu madre haya puesto un salón de té en tu habitación.
Hoy están echando en la tele El Señor de los Anillos, la trilogía entera. Me entra un poco de vértigo cebolletil al pensar que tiene más de diez años. Sus diferencias con los libros siguen siendo las mismas. Las cejas de los elfos me siguen dando alergia, el doblaje de Eowyn sigue siendo infumable y pensar que este año se ha muerto Sir Christopher Lee duele. Es un buen lugar donde acampar, un sitio donde mi identidad no corre peligro.
Hola. Vengo a cargarme la línea argumental élfica
para satisfacer las fantasísa fanfic-quianas del director de la película.
Entendedme, necesito el dinero para decolorarme las cejas.
Ya veis: hasta las adaptaciones pueden convertirse en terreno seguro. Que la ficción a veces parezca más sólida que la vida real hace que uno se dé cuenta de lo frágil que es la existencia, de cómo se puede ir todo a la mierda en dos segundos o cómo te lo puedes cargar con tu ineptitud.
Uno no puede esconderse eternamente. Bueno, puedes, si no te importa convertirte en un hikikomori chungo o en un monje cartujo. Como los refugios de montaña, los oasis con páginas o fotogramas cumplen una función concreta. Una vez reconfortados, consolados y aliviados, tenemos que seguir nuestro camino, o recomponer el que nos hemos cargado, o hacer encaje de bolillos con las consecuencias de nuestros actos. A veces se empieza por algo tan facilito como esto, que es simplemente volver a escribir.
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