-Venga, da besos.
Tener cinco años e ir de visita es convertirte en esclavo del bien quedar de tus padres. Tienes que poner tu mejor sonrisa ante un montón de extraños que claman tener lazos sanguíneos contigo y tú no recuerdas haber visto en tu vida. Y todos, toditos, sin excepción, huelen a colonias cuya base probablemente sea azufre y alcanfor. Sí, das besos, porque quieres ser una niña buena, y pasas del olor a cigarro al café revenido, del perfume floral a la naftalina, todo ello sin protestar; quizá arrugues la nariz ante el alcohol o el Barón Dandy. No puedes rebotarte cuando te pellizcan las mejillas como si fueses de goma y no sintieses dolor.
Cuando acaba semejante suplicio te das la vuelta disimuladamente y te limpias con la manga, como puedes, los catorce pintalabios que te han dejado la cara como un lienzo de Pollock. Acudes, aliviada de que se haya acabado todo, al regazo de tu abuela, a su olor familiar y tranquilizador, a su ropa que no pica y su abrazo que no ahoga, para jugar con el cordoncillo de sus gafas hasta que el entorno sea seguro, y a los intrusos no haya que besarlos más.
Tener cinco años e ir de visita es convertirte en esclavo del bien quedar de tus padres. Tienes que poner tu mejor sonrisa ante un montón de extraños que claman tener lazos sanguíneos contigo y tú no recuerdas haber visto en tu vida. Y todos, toditos, sin excepción, huelen a colonias cuya base probablemente sea azufre y alcanfor. Sí, das besos, porque quieres ser una niña buena, y pasas del olor a cigarro al café revenido, del perfume floral a la naftalina, todo ello sin protestar; quizá arrugues la nariz ante el alcohol o el Barón Dandy. No puedes rebotarte cuando te pellizcan las mejillas como si fueses de goma y no sintieses dolor.
Cuando acaba semejante suplicio te das la vuelta disimuladamente y te limpias con la manga, como puedes, los catorce pintalabios que te han dejado la cara como un lienzo de Pollock. Acudes, aliviada de que se haya acabado todo, al regazo de tu abuela, a su olor familiar y tranquilizador, a su ropa que no pica y su abrazo que no ahoga, para jugar con el cordoncillo de sus gafas hasta que el entorno sea seguro, y a los intrusos no haya que besarlos más.
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