Cuando te pones a escribir historias con antagonistas se abre ante ti el fantabuloso mundo de la creación de los enemigos. Al meterte en temas de personaje VS personaje hay que andar con cien ojos para no caer en el maniqueísmo y que los buenos sean muy buenos y los malos sean muy malos. La fantasía épica está plagada de señores del mal que son malos porque el mundo los ha hecho así y a los que les apetece es ver el mundo arder porque sí.
Kami fue un bálsamo al ir por delante con la premisa de que iba a ser una historia sin malos. El conflicto se trasladó al entorno: la muerte, la enfermedad, las leyes de la física... Fue mucho más fácil de escribir que otras historias.
Me cuesta especialmente encontrar motivos para los villanos para ser lo cenutrio que hay que ser para ser un villano. Empatizar con megalómanos ansiosos de poder me cuesta bastante, aunque alguno ha habido. Acabo siempre con el mismo tipo de conflicto: dos niños bandos quieren el mismo juguete objetivo a la vez, con diferentes matices. Al final, el antagonista con el que me siento más cómoda es aquel que es medio villano medio entorno: la criatura que precisa de la extinción o sufrimiento de los protagonistas para seguir existiendo. Donuts contra Homer. Matar o morir.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte se me han ido colando los antagonistas secundarios, los villanos del día a día, supongo que porque estoy ya vieja y cabreada y todo lo que me parece exasperante acaba saliendo por alguna parte. Se me cuela la gente que tiene que tener siempre razón y quedar por encima. Se me plagan las historias de incompetentes que se creen la repanocha con patatas porque no les da la neurona para ver lo mostrencos que son. Aparece de repente la peña que vive en un mundo de yupi imaginario en el que son seres de luz cuando en realidad son talegas de autoengaño que ahogan a todo el que tienen alrededor. Y mis protagonistas, que son capaces de bregar con movidas cósmicas chugas y horrores tremendos, las pasan canutas con esta panda de... gente.
El terror de lo cotidiano es un tema recurrente en la literatura, sí. ¿Quién no siente un poco de angustia ante la perspectiva de verse dentro de la casa de Bernarda Alba? Recuerdo un libro ¿infantil? que pretendía ser ligero, pero incluía un episodio en el que inculpaban al protagonista y nadie le creía cuando decía que no había sido él y que todavía me cierra la garganta cuando lo recuerdo.
Erya del Thrais y su paz artificial, Lan Vathos y su autoridad cruel, las normas intransigentes de Tronnia, la marmota imbécil de Londerra... Nivia, la gente de la tundra. Quizá los antagonistas más angustiosos sean esos en los que nos podemos convertir si no mantenemos nuestra oscuridad a raya. Ese ha sido el protagonista más terrible de escribir: el que tiene al monstruo dentro y tiene que vivir con las consecuencias de sus actos.
Este ultimo tipo de antagonista es fascinante de lo real que es. Es ese que tiene la gestión emocional en la punta del píloro y no sabe actuar con madurez, viniendo todo conflicto de sus rabietas de niño de dos años de me enfado y no respiro y la lío parda porque quiero vengarme. La Maléfica de la peli de dibujos, por ejemplo, que se cabrea como un mono porque no la invitan a una fiesta, es un ejemplo perfecto. El malo de Los Increíbles, que no sabe gestionar el rechazo. Estos son los chungos, los que se te cuelan en casa en navidades o te plantan en un grupo de trabajo y si se rebotan porque su idea se rechaza son capaces de cargarse el trabajo de todos por despecho puro.
¿Cuántas historias avanzan porque los implicados son unos cenutrios? ¿Qué habría pasado con Christine si el fantasma hubiera sido un niño querido por sus padres y aceptado por sus contemporáneos? ¿O con Blancanieves, si su madrastra hubiera mantenido a raya su egoísmo? ¿Cuántas páginas habría tenido Madame Bovary si le hubieran puesto un buen psicólogo a todo el elenco? ¿Cuántas "novelas románticas" no se darían si los implicados se comunicasen de forma decente?
¿Cuántos villanos son sólo gente sin herramientas para ser mejores personas?
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