lunes, 4 de julio de 2016

Carta a mí misma hace quince años

Querida yo:

No me pongas esa cara. Sé que te encantaba esa escena. Sé que la escribiste en un momento en que necesitabas ganar algo y que alguien te reconociera tus habilidades. Me acuerdo de lo mierda que era tener que recurrir a la ficción para paliar las injusticias de cada día, la frustración que sentías cada vez que una cara bonita se llevaba los elogios y lo que tú hacías bien no le importaba a nadie. No te creas que no me acuerdo de lo que era surfear en olas de rabia y tristeza, gritar cuando ese mar de soledad me atrapaba y parecía que iba a ahogarme. Escribir era la tabla de salvación, lo sé. Me acuerdo.

Pero esa escena, querida yo, sobra. Sé que no querías contar nada cuando empezaste a escribir esto, sólo esconderte en un mundo donde tuvieras algún control. Qué cosas. Tu necesidad de huida te dio práctica. Te ha llevado hasta donde estoy ahora. Aprendimos a las bravas. Me acuerdo del día que descubrimos que "discursión" no llevaba "r". Y, como esas, muchas.

Creaste un mundo brutal donde se desarrollaba una birria de historia. No puedo culparte. Estabas aprendiendo. La hemos corregido muchas veces. Cómo te gustaba repetir palabras. Cómo te gustaba lo de "en verdad". Quedaba así como solemne, ¿eh? Nos tomábamos muy en serio la historia. Quizá demasiado. Sé que no te importa que haya corregido todo eso.

Je. Si te llegan a decir que ibas a acabar firmando libros...

Tenía que hacer justicia a ese mundo y a esos pobres personajes. Reconócelo, iban por la historia como pollos sin cabeza. Lo cual, por otro lado, es normal: recuerdo que querías reflejar precisamente eso. La falta de propósito, la sucesión de hechos "para nada". Ganar para nada, perder para nada. No te voy a pedir perdón por haberlos cogido por el pescuezo y haber contado algo. He hablado de pollos sin cabeza, precisamente, pero lo he hecho bien.

Leí, no me acuerdo dónde, que una de las habilidades más útiles que puede aprender un escritor es el recorte. Y le he metido una poda tremenda. Personajes que parecían imprescindibles han desaparecido para siempre. ¿Sabes qué? He descubierto que el impulso fundamental de escribir, ahora que soy vieja, se basa en el "no hay huevos". Dicen que lo mejor que se puede hacer con las primeras novelas es guardarlas en un cajón. Bueno, pues yo he decidido hacer algo de provecho con ella. Me están haciendo falta muchos, muchos huevos. De brontosaurio.

Así que, querida yo, me acuerdo mucho de ti mientras sigo este proceso. Cuántas collejas te daría. Cuántos abrazos. Qué pequeñita eras. Qué imaginación tenías.

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