domingo, 12 de marzo de 2017

De efemérides, tristeza y Mundodisco

Hace dos años falleció Sir Terry Pratchett.

Las redes sociales se han encargado de recordármelo. Había yo empezado este día de lluvia y grisura encendiendo mi ordenador nuevo con la ilusión de ver qué más puede ofrecerme una máquina funcional (además de este teclado maravilloso) y toparme con ese recuerdo ha sido bastante doloroso. Hace una semana se cumplió un año de otro fallecimiento y creo que es el momento de hablar de tristeza.



Escribí como pude en su momento sobre la pérdida que significaba para mí. No fue fácil. Tampoco fue nada fácil gestionar la lectura de The Shepherd's Crown unos meses después. No he tenido cuaje para releerlo. Sin embargo, durante el último año sí que he recurrido a un par títulos que me quedaban pendientes y, por tanto, gastando las escasas y contadas oportunidades que me quedan de sentir la sensación de leer un libro "nuevo" de Pratchett. Snuff fue maravilloso, pero Monstruous Regiment me proporcionó unos momentos irrepetibles de "esto no me lo veía venir" que tanto escasean con la deformación profesional.

Parece que si no te rasgas las vestiduras y sollozas en la plaza pública es que no sientes "lo suficiente". Muchas veces confundimos entereza con indiferencia. Hay tristeza que no se va nunca y simplemente se incorpora al devenir diario: es una parte más de las experiencias que nos conforman. No es mala ni hay que negarla, pero tampoco se puede exacerbar. En general, le tenemos pánico a estar tristes. Cuando lo contamos, recibimos enseguida una tonelada de consejos para dejar de estarlo, como si fuera malo. "Tienes que ver el lado positivo, lo superarás, blablablá". Como si quisieran arreglarte cuanto antes y no tener que aguantarte estando triste. Si algo bueno ha hecho Disney en los últimos diez años es meter una escena en Inside Out que espero que cale por los siglos de los siglos donde se enseña con un ejemplo muy gráfico que la tristeza no se "cura". 


Bonus: véase cómo Alegría es una inútil con la empatía de un ladrillo
 que intenta "animar" a la aberración elefántica de la forma en que ella misma se animaría, 
sin pararse a pensar en qué necesita la aberración para estar mejor.

Así que hoy podemos permitirnos estar tristes, coger algún libro suyo y releerlo, escribir con su ejemplo de perseverancia como guía o hacer algo para que el mundo sea un poco mejor. Una de las constantes en su obra es que hay que hacer las cosas bien.

No sé si llegaré a leerme Raising Steam. Es como si no estuviera muerto "de verdad" hasta que no queden libros suyos pendientes. Estoy muy poco conforme con el imperativo este biológico de que haya que morirse y de que tengamos que bregar con la pérdida de formas creativas para no ahogarnos en la pena y la angustia pero, hasta que la tecnología lo remedie, en nuestra mano sólo está el vivir la vida como tal, recordar a los que se han ido y hacer el viaje memorable.

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