jueves, 17 de mayo de 2018

De Fe, poesía e indefensión

Esta entrada ha nacido a raíz de haber jugado a Fe, el videojuego desarrollado por Zoink para EA en el que te pones en la piel de un cachorrillo desconcertado. Tras el vídeo vais a encontrar spoilers a espuertas, así que si no sabéis nada del juego y queréis disfrutarlo, parad aquí. En serio. Sumergíos en él sin expectativas ni ideas preconcebidas y dejad que os cuente la pedazo de historia que cuenta.

 



Este videojuego no tiene palabras.

Este videojuego consigue, a nivel narrativo, cosas que ya quisieran novelas enteras.

 Las imágenes han salido de la web oficial del juego.

Esto no es un análisis del juego como juego ni una review: esto es una reflexión al hilo de las experiencias que te hace vivir la vertiente narrativa del juego.

Fe y el desconcierto de estar vivo

Eres un cachorrito de una especie indeterminada. Te despiertas en mitad de un bosque. No hay nadie que te explique que llegas tarde a alguna parte, que tienes que ir a clase de algo, que a la tortuga le duele una pata, nada. No tienes indicaciones. Nadie te verbaliza un objetivo. Estás solo y estás en el bosque.

Descubres que puedes avanzar, saltar y soltar soñidos (no sé cómo definir la mezcla de sonido, gruñido y canción). Así que avanzas, porque es todo lo que puedes hacer. Te abruma la vastedad del bosque, donde parece difícil orientarse. Te preguntas qué haces aquí.

No sé vosotros, hijitos, pero esa es la sensación que tenía ante la vida con quince años.

Yo me dediqué a cantarle a cada cosa que me iba encontrando. A los árboles. A las piedras. A ese floripondio. Me sentía sola en el bosque. El floripondio, de repente, me contestó. (Me costó un poco, todo hay que decirlo). Me ayudó a salvar un obstáculo. Entonces, vi a otro bicho. Igual podía hacerse mi amiguito. Le canté, se asustó, lo seguí, le canté, me cantó y, por fin, conectamos.

Buah. Hacer el cabra por el bosque era más divertido. Encontramos otra clase de floripondio que pasaba de mí cuando le cantaba pero no de mi amiguito. Salvamos obstáculos y llegamos a un área brutal donde había una cosa rosa brillando a la que, obviamente, me acerqué. La "conseguí" y me permitió subir a los árboles, que es una de las cosas más divertidas que tiene este juego.

Estuve un rato explorando el área brutal. Un árbol enorme con un ojo presidía. Seguía sin saber cuál era mi misión allí, así que me dediqué a descubrir flores nuevas, a pegar saltos, a intentar subir a sitios, a preguntarme qué clase de seres me rodeaban... Jugué. Me hice amiga de otros bichos, una especie de nutrialagartos. Era un mundo bello y tranquilo.

Seguí a mi amiguito por un pasillo, emocionada por descubrir más mundo y ver qué más cosas podía hacer cuando adquiriese cosas rosas. Era una especie de subterráneo con setas luminosas; tuvimos que avanzar por caminos separados. Había flores a las que pedir ayuda para salvar obstáculos. Descubrí que cantándole a una pared salían dibujos: una especie de minion larguirucho. Nah, petroglifos sin importancia.

Entonces, me los encontré.

Ilusa de mí, fui a cantarles, a ver si podíamos ser amigos también. No. Me echaron una pringue asquerosa encima y, bueno, morí. Al volver a la pantalla, aprendí a esconderme. ¿Quiénes eran esos? ¿Por qué me echaban pringue? ¿Sería la piedra una advertencia? Fui avanzando, un poco acojonada por la sombra que acababa de caer sobre mi paraíso, y me reencontré con mi amiguito. Salimos de la cueva y...

Aparecieron los larguiruchos, le echaron pringue encima y se lo llevaron. A MI AMIGUITO. ¿Y si se lo comían? ¿A dónde se lo llevaban? ¿Cómo podía ayudarlo? Salvar a mi amiguito se convirtió en mi motivación. La desolación, el miedo... ¿Cómo salvarlo? Ah, ese era otro tema.

Sólo podía hacer una cosa: avanzar. Desconcertada, sin saber hacia dónde; sin saber qué quería el juego de mí. Quizá el objetivo del juego era el mismo que el mío, quizá no: resolví ir haciendo lo que fuera necesario para avanzar a ver si en algún momento podía dar con la respuesta.

Una vez más, viene a ser básicamente el planteamiento vital de muchos: ir resolviendo lo que se te pone por delante mientras intentas cumplir tus propios objetivos sin saber muy bien cómo hacerlo.



Fe y la falta de información

Una de las cosas que me transmitieron más angustia es la falta de información. Normalmente, cuando empiezas un juego y aparece tu antagonista, suele ir acompañado de un "es que soy malo"/"quiero casarme con Peach"/"Me he cargado a tu abuelo porque sabía demasiado"/"Mwahaha". Y tú sabes a qué atenerte, qué cojones pasa, o al menos sospechas por dónde van los tiros. Qué querían los larguiruchos y por qué estaban ahí sigue reconcomiéndome.

Aquí no tienes casi nada. Hay sólo dos fuentes de información: los petrogliflos (que interprétalos tú sin un manual de inconografía delante) y los "cascos". De vez en cuando te encuentras con un casco al que le cantas y suelta una piedra parecida a las que le cuelgan a algunos árboles. Al cogerla, te ves "dentro" de uno de ellos: sigo sin saber si son los recuerdos del dueño del casco, si te "conectas" con uno en tiempo real de alguna forma... La cuestión es que tienes casi un minuto de ver qué hacen, descontextualizado.

Ponte a sacar conclusiones de eso. Desarrollé todos tipo de teorías. Al acabar el juego, aunque algo queda medio claro, sigun sin responderse todas mis preguntas.

Y eso está bien. Casa con el juego y su no verbalidad. En cierto modo, induce a usar tanto la imaginación como el espíritu crítico: esto es lo que has visto dibujado. Esto es lo que has visto pasar. Esta es la información que hay. Deduce tú, piensa tú, interpreta tú.

Una vez más, es lo que acabas teniendo que hacer cuando estás vivo.



Fe y la piedad

Esto es un spoiler del final.

Llegué al final del juego tras haber superado desafíos que me parecían insalvables. Sin entender aún qué leches estaban pasando, pero también sin haber conseguido encontrar ni salvar a mi amiguito. M encontré una asamblea de larguiruchos que miraban un pedrusco flotante con una música brutal de fondo y que, de repente, ya no tenían interés en echarme pringue. Había uno "roto" al que estuve siguiendo, no sin dificultad; le daban como arranques.

Durante el juego, aunque te puedes hacer amiga de cachorritos como tú, no puedes conectar con bichos adultos hasta que te "enseñan" su canción, su idioma. Aprendes la de los pájaros, la de los cérvidos, la de los gusanutriagartos y demás, y vas pudiendo pedir a diferentes flores que te ayuden y tal. El momento en que has ayudado a unos bichos y te enseán su idioma es simplemente precioso.

Bueno, pues llega un momento al final en que deduje que tenía que cantarle a una flor para que pasase algo, pero se rompió el puente y no podía pasar. Al otro lado, junto a la flor, estaba el larguirucho roto. Obviamente, intenté cantarle (otra vez) a ver si esta vez sí podía hacerme amiga suya o algo. Para mi sorpresa, terminó de darle el alverete que le llevaba dando desde que lo encontré y se quitó el casco.

Era un bicho adulto de mi especie, o eso parecía.

Obviamente, le canté.

Conectamos, como cuando conectas y te regalan un idioma nuevo. Pero, esta vez, fui yo quien le entregó el idioma al bicho roto. Sentí que le estaba devolviendo su esencia, sospeché que lo que quiera que estuviese pasando estaba librando a animalitos de sus cascos, y el ex-larguirucho fue quien cantó a la flor, flor que arregló el pedrusco flotante y se acabó el problema de los larguiruchos echapringues.

Después, créditos. ¿Y mi amiguito?

Al acabar los créditos, como no se cerraba el juego, decidí que podía seguir triscando por el bosque felizmente y al entrar en otra área...

Había algo atrapado en una red de pringue. ¿Sería posible? Busqué el elemento que te permite romper las redes de pringue, la rompí y... Ahí estaba mi amiguito. Libre. Y yo ya entendía las mecánicas del bosque, tenía sospechas de cuál había sido mi papel en los "grandes acontecimientos" y ya podía explorar el mundo sin miedo a los larguiruchos, encontrar las cosas rosas que me faltaban...

Si eso no es crecer, que venga Thor y lo vea.

jueves, 10 de mayo de 2018

De consciencia, oscuridad y conciencia



Terry Pratchett sabía transmitir las complejidades de la naturaleza humana sin andarse con paños calientes, tanto las luces como las sombras. Esta entrada tiene spoilers de las sagas de la brujas y la Guardia, así que sigue leyendo bajo tu responsabilidad.

Hace ya tres años que falleció. Quería escribir esto para la efeméride, pero alrededor de las fechas señaladas siempre se concentran los homenajes y recuerdos y demás y a mí no me gusta forzarme. Lo que sí me gusta es acordarme sin necesidad de efemérides.

Me voy a regodear rápidamente en sus dos personajes más redondos y complejos, a mi entender. Tengo a los personajes de Mundodisco muy presentes en la vida diaria porque este hombre tenía el don de construir referentes y hay muchos momentos a lo largo del día en los que una tiene que preguntarse qué haría Yaya Ceravieja o qué decisión tomaría Sam Vimes.

Ambos son plenamente conscientes. Ambos tienen plena conciencia de que llevan dentro una oscuridad primigenia, un impulso metaforizado (o metefuerizado) que presenta el "mal camino" como una opción a tener en cuenta. Ambos se pasan la vida luchando contra ella. Ambos saben cómo hacer las cosas bien y están plenamente decididos a hacerlas precisamente porque conviven con la tentación de que el fin justifique los medios y se niegan a cada oportunidad.






Yaya Ceravieja nos presenta su oscuridad en Brujas de Viaje, a través de la relación con su hermana Lily, que sí que ha abrazado ese impulso con ganas. A partir de ese libro se va viendo de vez en cuando cómo se contiene para no mandar a la mierda a la humanidad desagradecida, a los campesinos paletos; cómo entiende a los demás. Ay, cuánto podría hacer con su poder. Qué fácil que se le vaya de las manos. Pero no, nunca lo hace. Yaya sabe lo que está bien y lo que está mal. Qué fronteras no hay que cruzar. Ante la duda, uno ha de preguntarse qué haría Yaya Ceravieja.

Es fascinante también que alguien con su poder tenga su sentido del equilibrio. Lo de poner leche a los bichos que toma en préstamo no es banal. No es dulce. Es lo justo. Lo que toca. Igual que tras parar la espada con la mano desnuda llega el momento de sufrir el corte. Yaya Ceravieja es justa. Y consciente de sus defectos peligrosos, como la arrogancia.



Sam Vimes ha tenido que desarrollar un policía interior que lo refrene. Qué fácil sería arrancarle las entrañas con las uñas a ese criminal al que acaba de pillar con las manos en la masa. Este hombre se pasa la vida respetando la ley, evitando linchamientos y manteniéndose sobrio. De verdad, tiene que tirar voluntad cada dos páginas. Y no es fácil, lucha a cada momento por no caer en lo que aborrece... Por no convertirse en lo que persigue.

¿Sabéis toda este fin de invierno y primavera que hemos tenido de gente queriendo linchar gente? Pues cada vez que veo a alguien pidiendo la cabeza de alguien yo me acuerdo de Sam Vimes y de Carcerer. Por ejemplo. Con cada revolución ciudadana me vuelvo a Ronda de noche. Veo a Vimes mirando a Reg Shoe romantizar la movilización y las penurias y veo un montón de Reg Shoes molándose a sí mismos.

Regalar a un político o a alguien con poder Juego de Tronos es una estupidez como un piano, porque no hace más que reflejar la miseria humana en lo que a utilizar el poder se refiere. Que alguien les haga llegar a Sam Vimes, cuya evolución aboga por la ética personal y por hacer las cosas bien, sin poner excusas para caer en lo fácil. Que les planten bajo las narices a Yaya Ceravieja y sus límites.

Mundodisco te hace mejor persona. Y, si no lo consigue, es que no tienes alma.

domingo, 6 de mayo de 2018

De nanas, arrullos y melodías

Aquí en el terruño se celebra hoy el día de la madre. Nosotros, que como humanos nos hemos liberado del yugo de la biología, sabemos que ser madre no se restringe a gestar descendencia. La maternidad es otra cosa: es cuidado, preocupación, inversión de tiempo, amor.

 

Tengo la opinión impopular de que va siendo hora de aunar el día del padre y de la madre en el mismo y dejarnos de zarandajas asociadas a tradiciones religiosas o al tipo de gónada que gasta quien cuida, se preocupa y ama a su progenie, pero supongo que ya llegará.

Como hace 150 años que comenzaron las relaciones diplomáticas entre España y Japón, me apetece hablar un poco a vuelapluma de canciones de cuna niponas hoy. Admitámoslo: gran parte de lo que es cuidar a una criaturita indefensa es conseguir que se duerma. Y que coma, pero para eso suelen usarse onomatopeyas de aeronaves, no música.



Itsuki no Komoriuta. Es una nana tradicional de la ciudad de Itsuki, en la isla de Kyushu. Tiene una melodía preciosa y, como buena canción tradicional, en cada casa se canta de una forma. Se supone que se "redescubrió" en los años treinta, después de haber caído en desuso, pero a lo que vamos aquí es a la letra de la versión moderna: viene a ser un lamento terrible de la nodriza/niñera que cuida de los hijos de quienes son más ricos que ella, lejos de su familia, hasta que lleguen los festivales de verano. Cual personaje de Dickens, se lamenta de que no es más que una mendiga harapienta por la que nadie llorará cuando muera, deseando que cuando fallezca la entierren junto al camino para que los viajeros puedan dejar camelias sobre su tumba.
Que sí, que es una nana.



Takeda no Komoriuta. Esta es otra nana preciosa que va de lo mismo, aunque la letra es un poco menos desesperada. El exilio por motivos económicos, la nostalgia del hogar... Cualquiera que haya estado fregando suelos lejos de su casa puede sentirse identificado. Me sorprende/choca un poco, una vez más, que sea una nana.

Me voy a poner un poco mística aquí: supongo que los bebés, que no son verbales, sienten al escucharlas lo mismo que un occidental que no habla ni una palabra de japonés. Yo, desde luego, al escucharlas por primera vez me quedé prendada por la belleza de la melodía y nada más. Luego buscas traducciones y se te cae el alma a los pies: es un poco el proceso de "crecer". Es como la vida, que te deslumbra con sus colores en la infancia y, según la vas entendiendo, descubres el lado oscuro y doloroso que se imbrica con su belleza. Quizá este tipo de nana sea un aprendizaje, o incluso una metáfora vital involuntaria.





 Canción de Tanabata. No sé si es una nana, canónicamente, pero su melodía (y, esta vez, su letra) invitan a acurrucarse en un regazo protector y dormirse mirando las estrellas. Además, va de Tanabata, que es una historia a la que estoy especialmente unida.

Cantad a esas pequeñas criaturitas indefensas que criáis. Aunque no tengáis oído, eso da igual: es una voz de la seguridad dedicando su tiempo y mimo, y eso se siente perfectamente. Ya habrá tiempo de que crezcan y no quieran estar en brazos. Además, las rutinas para dormir se convierten en un momento mágico para crear vínculos: nanas, cuentos, abrazos. Crear recuerdos bonitos con vuestra progenie y progenitores es el mejor regalo que os podéis hacer.