martes, 22 de noviembre de 2016

"La música del silencio" para muggles

Hola, soy la creadora de Tronnia y vengo a explicaros un par de cosas acerca de confundir la velocidad con el gorrino, la sensación de poder y los libros bonitos.

Primer Acto: Opinólogos, criterio y las cuatro témporas.

Estaba yo toda feliz con el subidón que tiene una después de leerse un texto bonico traducido, buscando la versión original en ebook, cuando me encontré con que valía lo mismo que en tapa blanda (WTF). Quisieron los hados que se me ocurriera bajar y leer un par de opiniones de una o dos estrellas.

W. T. F.

Esto me ha hecho pensar en varias cosas.

1. Si vas buscando gore y resulta que lo que te encuentras es una comedia romántica, juzgar la comedia romántica bajo los criterios del gore porque te da rabia haberte equivocado de libro es igual un poco exagerado. 

2. Hay una teoría muy buena sobre cómo cuanto menos entiende alguien de algo más se cree que sabe. Me parece interesante. 

3. Las dos reflexiones anteriores se evitarían si tuviéramos en cuenta lo siguiente: en esta línea actual de confundir la velocidad con el tocino, que es uno de los deportes preferidos de internet, voy a recordaros que existe una cosa llamada relativismo estético y que viene a explicar que el hecho de que a ti te guste algo o no no tiene nada que ver con que sea bueno o no. 

Esto a la gente suele dolerle en la patata porque tenemos asociado que si algo es canónicamente bueno nos tiene quegustar y, si no, somos defectuosos. ¿Me estás llamando tonto? Si este cuadro es tan bueno debería emocionarme, ¿no? Si no me emociona es porque soy tonto y no lo entiendo o porque es malo, así que elijo que sea malo y lo voy a denostar hasta reventar internet. A ver... No. Puedes entender (o no) por qué algo es bueno o está bien hecho (o no) y que te guste o lo odies independientemente de eso. Identificar que lo que te gusta es lo mejor de lo mejor y lo que no lo peor de lo peor denota cierta parcela de madurez emocional a nivel de parvulario y es una de esas cosas que deberían hacerse mirar. Ejemplo gráfico: hay marcadores para concluir que un retablo barroco dorado es de mejor o peor calidad, pero a mí me van a dar urticaria todos igual.

4. Todo lo anterior, además, se magnifica porque ahora tenemos picotas públicas para valorar las cosas con estrellicas a nuestra bola. No se da un criterio de evaluación porque la idea es llegar a todo el mundo y la única forma de que todo el mundo pueda participar es que usen algo que todos tenemos: una opinión. Sí. ¿Informada? ¿Desinformada? Da igual. Es una opinión. Algo te gusta o no basado en inserte aquí matojo rodando por el desierto. Y esto lleva a la sensación de poder, porque ahora tu opinión importa. Da igual que seas lerdo, mala persona o te guste despellejar gatitos: internet te permite dejar por ahí tus opiniones y sentirte importante al hacerlo. Lo siguiente es sentirte ofendidito cuando alguien no las respeta. Noticias frescas: las opiniones, incluidas las mías, no merecen respeto por el hecho de ser una opinión. No somos más que otro ser humano más con acceso a un teclado. ¡Oh, dios, el suelo tiembla bajo mis pies! Sí, suele pasar. Fórjate un criterio y así no te darás por aludido cuando te recuerden cosas como esta. 

Segundo acto: La música del silencio 



Dicho esto, voy a centrarme en qué hay que hacer para disfrutar La música del silencio

1. Leerse el prólogo. En serio: hay un prólogo que te dice claramente "esto no tiene acción, si buscas Kvothe deja de leer ahora, esto es otra cosa más poética". Que os están avisando. 

2. No esperar acción. Por si acaso os saltáis lo del prólogo. No, no tiene acción. No es un libro de aventuras. 

3. Entender las metáforas. Este es un libro que no sé si llamaría de prosa poética. Lo importante no es lo que pasa sino cómo pasa. ¿No te apetece pararte a pensar, a contemplar, a sentir? Go ahead y tira con la Dragonlance. Aquí tienes que ir preparado para que te partan el pensamiento lateral. 

4. Que te guste leer. LEER. No procesar información escrita que te transmita que pasan cosas, sino LEER. Los juegos del lenguaje, las formas poéticas. Lo que se puede retorcer una escena dependiendo de las palabras usadas. La magia de las palabras. 

5. Ir con la mente abierta. No es una novela al uso, no puedes esperar que haya lugares comunes donde agarrarte. Disfruta de eso, como si tuvieras cuatro años y fuese la primera vez que te llevan al parque de atracciones. A partir de ciertas edades es difícil descubrir cosas nuevas, así que no desaproveches esta oportunidad. 

Tercer acto: SPOILERS ADEREZADOS CON MÁS SPOILERS.

Este libro es terriblemente hermoso y devastador. Auri, como metáfora, es poderosa: la mente herida encerrada en la Subrealidad, una suerte de mundo en sí mismo que se nutre parcialmente de la realidad, ajena y agresiva, exterior. Un lugar que es muchos y donde, sola, ha de acometer una serie de tareas tanto impuestas (como comer y dormir) como autoimpuestas (organizar el mundo, que todo esté en su sitio). 

El trauma que la lleva a esconderse es desconocido, pero su reacción se puede entender perfectamente. Su misión no es tan azarosa como pudiera parecer. Auri subsiste a base de dotar de significado a lo que la rodea, de mirar y percibir de forma poética. Es uno de los personajes más infelices que he visto nunca, lleno de resignación sabiendo a qué atenerse con su ilusión. Y, sin embargo, se las ingenia para seguir viva en un equilibrio muy precario en el que los contratiempos pueden ser fatales. 

Para entrar de verdad en el espíritu del libro hay que empatizar, dejarse llevar a ese mundo laberíntico de soledad extrema, un universo cerrado donde es más sencillo mantener el control, o al menos un espejismo del mismo. Transcurre en un momento en que Auri ha encontrado un aliciente. Tiene algo que esperar, un momento en el tiempo que anhelar, una visita. Su existencia se articula hacia ese momento y esa ilusión es el motor de sus acciones a lo largo de las páginas. Recuerda con terror/desazón los tiempos en los que ese aliciente no existía. 

Hay un capítulo (Hueca) que dura una línea y en el que he leído todo lo que no está escrito. Ocurre cuando cree que la visita ha llegado antes de tiempo, pero al ir a buscarla no está. Se derrumba. En ese derrumbe se manifiesta toda su fragilidad, todo el espejismo de sentido que tiene su vida se hace patente también para ella, viendo todo lo que no quiere mirar porque sabe las consecuencias que tiene mirarlo: el vacío. Sin ese aliciente no hay nada, sólo queda ella, y ella es muy poco y está vacía (o, al menos, así lo siente). 

No sé qué podría salvar a Auri y, de hecho, no he terminado de digerir la lectura. Es preciosa y tristísima. Remueve. No puedo decir ya nada más.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

La reglas


No debes andar sola después de la puesta de sol. No debes aceptar invitaciones de desconocidos. No debes salir de la aldea. No debes adentrarte en el bosque. Debes vigilar a tu hermana.
Las reglas están para algo, pero a veces parecía que se esforzaban en romperse solas. Ella no tenía la culpa de que el gato hubiese salido por el ventanuco después de la puesta de sol. Tampoco tenía la culpa de que otra de las reglas fuera no dejar escapar al gato, ni de que pareciese primar sobre el resto en el momento en que decidió salir corriendo tras él, cruzando la aldea entera hasta mucho más allá de las últimas casas, hasta la linde del bosque, cuando el crepúsculo moría y daba paso a una noche cada vez más cerrada.
No debes tener miedo. La niña estaba intentando no romper la regla que venía envuelta en anticipación. Se preguntó si ignorar lo que le cerraba la garganta y estrujaba el estómago rompería, una vez más, otra regla capital: la de no decir mentiras.
—¿Bigotitos? —susurró, hacia la espesura. Podía ver muchos movimientos entre la espesura. Alguno podría ser cosa del gato. Quizá...
Dio unos pasos hacia el interior del bosque. Giró la cabeza para no perder de vista las luces de la aldea.
Debes acabar lo que empiezas. Algo crujió a la derecha, tras los árboles. La niña se pasó el dorso de la mano por la mejilla izquierda, limpiándose las lágrimas embusteras que brotaban fruto de un miedo que no debía tener.
Dio un paso más, preguntándose para qué están las reglas, en cualquier caso; rompiendo, oportunamente, el mandato primario de obedecer sin chistar. Un pensamiento libre, curioso y valiente se abrió paso a través de lo memorizado y tomó el control de su cuerpo. Se dio la vuelta y echó a correr hacia la aldea, pero no hacia su casa, sino hacia la taberna donde la Leñadora estaría bebiendo.
A la niña no le importó que todo el mundo se volviera a mirarla cuando entró. Ninguno de ellos sabía que las lágrimas que vertía ya no eran fruto del miedo, ni de qué eran las manchas de su delantal, ni por qué lloraba su hermana. Rompió otra regla, una que había sabido a sangre, la de no hablar nunca con aquella mujer. Cogió la mano enorme de la Leñadora, con tantos callos como la manita amoratada de la niña, y se la llevó, esta vez sí, a su casa.
Cuando la niña abrió la puerta, no esperaba que Ella ya estuviera allí, que hubiera llegado tan pronto, que su hermana llorase antes de la medianoche, que la Leñadora fuese a verlo todo y no hicieran falta explicaciones.
Cuando la niña soltó la mano de la Leñadora y se abalanzó sobre Ella, sólo pensaba en establecer las reglas correctas.
—¡La dejarás en paz! ¡Nos dejarás en paz! ¡Te irás!

La Leñadora no podía creerse que las niñas se hubieran dormido, al fin, acunadas por la nana ronca del Pastor.
—No lo sabíamos —murmuró la Leñadora, cuando el Pastor se sentó a su lado—. Todos estos años...
—Se pondrán bien —aseguró el Pastor—. Estarán bien. Irán contigo al bosque, conmigo al prado. Crecerán y recordarán más noches contando estrellas que noches... Allí dentro.
—¿Cómo puede tener nadie el alma tan podrida? —gimió la Leñadora.
—Ya está —sentenció el Pastor—. Pronto dejarán de tener miedo. Y tú también.