lunes, 27 de octubre de 2014

Proyectos entre manos

Dice el refranero castellano que quien mucho abarca, poco aprieta. Una abarca mucho, sí, porque concentrarme en una sola historia habiendo tantas por contar me cuesta horrores, pero afirmo que aun así se puede apretar en condiciones. Igual no aprietas todo de una, pero es una elección. Los ritmos de escritura son distintos y complementarios.

Hay varias historias que han manifestado su voluntad de novelarse, sin quedarse en relato corto o semblanza poética. Estoy enfrascada en cuatro:

-El bosque. Tiene muchos animalitos y está saliendo un rollo ecolo que no me esperaba, la verdad. Es fantasía de la buena.

-Proyecto Saturnina. Terror manchego. Me lo estoy pasando pipa.

-Las Aberraciones. Es el que lleva más páginas, y también el que tiene pinta de costar más de criar. Este también es fantasía de pro.

-Los fantasmas dickensianos. Todo lo que doblé el lomo en Londres tenía que reventar por alguna parte.

Todo eso me traigo entre manos. No, no me dan las horas del día. Así que nada, hijos míos, a seguir escribiendo.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Historias vivas

Me intrigan los escritores que lo tienen todo pensado y planeado antes de empezar a escribir. No sé si ocultan algo o tienen poderes que los mortales no pueden osar evocar.

El hecho me es completamente ajeno. Normalmente empiezo a escribir sin tener ni puñetera idea de qué va a salir después. Una impresión, un sueño, una observación... Tras ser plasmados, puede que traigan algo más, o que se queden en media página melancólica. Nunca lo sé.

Un día coges un cacho de aquí, otro de allí, la sensación que se te ha quedado en la barriga después de ojear un álbum familiar y, de repente, tienes algo parecido a una estructura, a un armazón que vas llenando hasta que aparece el nudo de la historia, el problema gordo (o, al menos, uno de ellos). Es entonces cuando te das cuenta de que tienes una historia más seria entre manos. Es la historia la que va escribiéndose, pasando un kilo de las intenciones que tú tuvieses. "Buah, esto va a ser descarnado y cruel": no. Tus personajes deciden ponerse tiernos. "Aquí va a haber romance": no.  Cae hasta el apuntador sin dar opción a que se cree tensión de ningún tipo.

Eso sin meternos en el proceloso mar del borrado purgativo, que es un mundo aparte.

Así que, al final, suele ser necesario sacar el látigo y meter a las historias en vereda. Con El Tiempo de Viridia fue algo así: había un Cazador de brujas por un lado, un arquero muy hábil por otro, un laberinto chungo flotando en mitad de la nada... Se tricota todo bien y hale, ahí tienes una cimbra estupenda para hablar de dioses redivivos, de error y redención, de familia, de venganza, de libros antiguos y de bichos aberrantes. Y de amor, por supuesto.

No supe cómo iba a acabar hasta llevar un 85% de ella escrita. Lo que estoy escribiendo actualmente (varias historias a la vez, que una es "ansia viva") sigue el rumbo que le apetece. De verdad, no sé cómo los escritores pueden meter en vereda a sus obras desde el principio cuando son mis historias las que me guían a mí.

domingo, 19 de octubre de 2014

Curiosidades sobre "El Tiempo de Viridia"

1. No es mi primera novela escrita. Se podría considerar la... cuarta.

2. Comenzó como la historia de Kasmor. Floria no apareció hasta un par de años después, como parte de una segunda historia. No fue hasta pasado un tiempo cuando comprendí que tenían que unirse para crear algo más grande.

3. Nunca se revela el nombre del Ungido Necromante.

4. Hay varios personajes sacados directamente del mundo real, como Al-Duska, la temible pirata.

5. Algún día terminaré el mapa. Por un cúmulo de carambolas no he sido capaz de entintarlo nunca. Cuando lo haga, por supuesto, os lo enseñaré.

viernes, 10 de octubre de 2014

La Tejedora

Siempre tenía mucho cuidado cuando se vestía. Por alguna razón que sus súbditos más allegados no terminaban de comprender, se hacía su propia ropa con telas de procedencia diversa y, a veces, desconocida. No entendían muy bien cómo alguien con su poder y su rango no se valía de una modista para esos encargos mundanos, pero se abstenían de hacer comentarios y, sobre todo, de preguntar.

Ella ponía mucha atención en los detalles. Había aprendido qué cantar mientras daba forma a sus corpiños, enhebrando hechizos en las agujas, entorchando hilos con encantamientos que indujeran a quien la contemplase a la fascinación, la admiración o el miedo. Podía pasarse el día entero junto a la ventana, cosiendo despacio, en la más completa soledad.


Aquella mañana había elegido un largo vestido de seda roja, confeccionado durante los crepúsculos de los últimos meses, bordado en las mangas con unos inquetantes dragones escarlata. Mientras avanzaba despacio sobre su alazán negro, las puntadas refulgían, y ella sonreía satisfecha. Le gustaban las victorias. Poco a poco conseguiría su objetivo, cayera quien cayese, siguiendo a su destino y amparada por su derecho; sin conocer, ya que estaban lejos de su discernimiento, el arrepentimiento ni la contrición.

lunes, 6 de octubre de 2014

Da besos

-Venga, da besos.

Tener cinco años e ir de visita es convertirte en esclavo del bien quedar de tus padres. Tienes que poner tu mejor sonrisa ante un montón de extraños que claman tener lazos sanguíneos contigo y tú no recuerdas haber visto en tu vida. Y todos, toditos, sin excepción, huelen a colonias cuya base probablemente sea azufre y alcanfor. Sí, das besos, porque quieres ser una niña buena, y pasas del olor a cigarro al café revenido, del perfume floral a la naftalina, todo ello sin protestar; quizá arrugues la nariz ante el alcohol o el Barón Dandy. No puedes rebotarte cuando te pellizcan las mejillas como si fueses de goma y no sintieses dolor.

Cuando acaba semejante suplicio te das la vuelta disimuladamente y te limpias con la manga, como puedes, los catorce pintalabios que te han dejado la cara como un lienzo de Pollock. Acudes, aliviada de que se haya acabado todo, al regazo de tu abuela, a su olor familiar y tranquilizador, a su ropa que no pica y su abrazo que no ahoga, para jugar con el cordoncillo de sus gafas hasta que el entorno sea seguro, y a los intrusos no haya que besarlos más.

sábado, 4 de octubre de 2014

El griego en Toledo

-Santos muertos y cielos del día del Juicio Final. ¿Es así como vas a ganarte la vida?
El pintor no contestó. Sumido en el remanso de paz de la veladura, pudiendo dedicarse a la delicadeza de ese pequeño detalle después de una noche plácida, sin pesadillas, apenas prestaba atención a las palabras que podían arruinarle su asueto mental.
-He oído cómo se quejaban del otro santo. Dicen que parece que está tísico.
Lentamente, su cerebro empezó a procesar la información y gruñó. Intentó respirar, contenerse, que las compuertas no cedieran.
Una mota de polvo se posó sobre el albayalde que tenía preparado en la paleta. Adiós a su blanco purísimo y a la impecable veladura.
Se incorporó, desparramando los disolventes en el suelo, con un rugido. Lanzó al suelo el delicado pincel de pelo de marta y cogió otro, más basto, que había estado secándose bajo la ventana, dirigiéndose al lienzo del final del estudio, que descubrió con otro grito.
-¿Tísico? Moribundo debe estar. Como todos. Vamos a morir, estamos muriendo, y en esta oscuridad sólo caben débiles respladores de color. Ventanas a la paz, que te empeñas, os empeñáis en romper.
El cielo de la pintura era un remolino de nubes oscuras, surcado por relámpagos antinaturales. Los edificios no estaban donde debían estar.
-No sabéis lo que hay ahí fuera. Su hubiéseis visto lo que yo he visto.Si supiérais lo que yo sé.
Descargó una pincelada verde llena de rabia sobre el cielo plomizo. Rebulléndose, se perfilaron, o intentaron tomar forma, los rostros, las aberrantes facciones de lo que jamás habría podido ser humano. El pintor sonrió con una mueca de triunfo.
-Los miraréis y no sabréis que están ahí. Intuiréis su malignidad, cómo esperan, cómo os contemplan.
-¿Esperas contenerlos para siempre?
-Me enseñaron algunas cosas en Venecia. Una prisión a plena vista es lo más seguro. No les gusta. Atrapados en una forma... O en la forma de algo sin forma, como una nube, donde nadie se ponga de acuerdo en lo que ve. No tienen forma de atacar así. No hay sueño donde deslizarse.
Un nuevo remolino había aparecido en la pintura. El artista, agotado por esa sola pincelada, empezó a canturrear en griego para sus adentros y miró a su alrededor. Estaba solo en el estudio. Lo había sabido desde el principio.
Podían acechar. Podían intentar volverle loco, pero había visto demasiadas cosas como para sucumbir ante trucos baratos. Lo que no podrían sería escaparse de sus celdas enmarcadas, de los grilletes de aglutinantes cuya receta secreta había llegado hasta él de los sacerdotes de Eleusis. Tenía una misión, había hecho un juramento, y protegería la ciudad de los secretos hasta más allá de su propia muerte, confinando a lo que amenazaba a este mundo a colgar de las paredes, con su derrota ante sus narices, analizándolo, admirándolo y jamás comprendiéndolo del todo; condenándolo a una eternidad de odio y frustración.
Dejó el pincel en el tarro de disolvente y cubrió el cuadro. Suspirando, volvió al caballete. Tenía veladuras que matizar.