martes, 31 de marzo de 2015

Cinco cosas que me atan a un libro

No todo va a ser quejarse en la viña del señor.

1. Los gatos. Si alguien tiene un gato o el libro va de gatos o hay un gato paseándose por el vecindario suelo engancharme. Aunque sea un libro raro de cojones. (Inciso: La Canción de Cazarrabo. Imprescindible).




Queréis leerlo, sólo que aún no lo sabéis.


2. Los comienzos in media res. Como buena adicta a empezar las sagas por la mitad, si un libro ya empieza en un momento en que han pasado cosas suele picarme. Por ejemplo, está protagonista 1 con un cuchillo en el cuello intentando sacarle las tripas a maloso 1 y sobrevivir a la vez, mientras un pulpo amarillo gigante arrasa la ciudad donde están. Quiero saber cómo han llegado allí. Quién es el pulpo amarillo. También quiero saber qué va a pasar. Si el narrador sabe dosificarme el antes y el después disfruto un montón. 
Creo que la única excepción es La verdad sobre el caso Savolta, pero es que eso ya son palabras mayores de hacerte la trompa un lío con los momentos temporales.

3. Los protagonistas atípicos. Si veo que quien me está contando su historia es una regadera, una patata, el alféizar una ventana o un geranio, mi curiosidad se despereza y quiero saber más. ¿Cómo se ve el mundo desde esa perspectiva? ¿A qué desafíos habrá de enfrentarse el alféizar de una ventana? No es algo que me haya imaginado antes. Eso engancha. 




Mi vida es una mierda.


4. Los mapas. Los libros que empiezan con un mapa del mundo, o en los que al hojearlos aparece alguno, atraen mi atención. ¿Pasará algo en la montaña-del-nombre-malrollero? ¿Cómo será el bosque-mu-grande-del centro? A mi imaginación le entra gazuza al verlos. Eso no exime al libro de parecerme un bodrio a las quince páginas, pero ya hace que empiece con ganas.



Ossiriand parece un buen lugar para irse de veraneo.


5. La prosa. Esto es poco objetivo. Si me gusta la forma de escribir, me engancho. Puede ser prosa prolija o sencilla, y puede estar contándome cómo se hace una ensalada. Si la forma mola (por inesperada, por poética, por sorprendente, por perfecta) puede dotar de contenido cosas que pudieran parecer carentes de interés.

¿Cuándo sabéis que os ha enganchado un libro?

jueves, 26 de marzo de 2015

Cinco cosas que me hacen cerrar un libro

...y no volverlos a abrir salvo en el caso número 5.

1. Las explicaciones farragosas. Si estoy leyendo narrativa, no quiero encontrarme con seis páginas seguidas de "mira, voy a explicarte cómo funciona la magia/ciencia de este mundo a través de un personaje que no sabe preguntando a otro que controla". ME ABURRO. O me lo cuelas de forma que no me entere (lo cual loará tus habilidades de narración) o no me lo cuentes, porque dejaré de leer ahí mismo o, como mucho, empezaré a leer en diagonal. Si quisiera empaparme de cómo funciona x tipo de magia me habría comprado un manual de rol.

2. La perdiz suplicando un Dogmatil. Me repatean las historias en las que el enamorado 1 y el enamorado 2 no hacen más que dar vueltas en un torbellino de malentendidos, sobreentendidos y gilimindreces en almíbar. Es marear la perdiz. En cuanto veo que la cosa va de esto, paso de seguir, porque sé que me condeno.




La perdiz damnificada.


3. Las magufadas del Mercadona. El rollo Código da Vinci marca blanca con iluminados que ven en los cuadros del Prado pistas secretas para encontrar los pañales del niños Jesús en los sótanos de un colegio de monjas me lo tomo como un insulto personal. Mis matrículas de honor en Iconografía Medieval no fueron gratis, y que me intenten convencer de que las uvas eran el símbolo secreto de la Orden de Exabrupto hace no sólo que cierre el libro, sino que me suma en una reflexión sin respuesta sobre por qué cojones la gente ni se documenta ni le importa una mierda documentarse.


Mártir random para ilustrar: Santa Águeda, alabemos al gore.

4. Los comienzos misteriosos. Esos comienzos con un misterioso vecino o un misterioso cementerio o una misteriosa compañera de clase o un misterioso libro o un misterioso campamento en los cuales me dicen "qué misterioso es", así, con todas las letras, en lugar de demostrármelo para que yo piense solica "ostras, qué misterioso todo". No. 

5. Seguir fría a las quince páginas. Esto carece de objetividad y causas razonadas. Si empiezo un libro y a las pocas páginas siento que me da todo igual, no sigo. Ese mismo libro, empezado dos años después, puede engancharme irremediablemente.  En este caso hay segunda oportunidad, sí, cosa que no suele haber en los anteriores.

¿Por qué cerráis los libros?

miércoles, 18 de marzo de 2015

Lecturas obligatorias: secundaria


Volvemos a la carga.
En primero de ESO la de lengua era otra monja a la que cursos superiores conocían como La Terminator. También me dio clase en segundo, así que tengo los libros de esos cursos un poco confusos. Ese verano, entre sexto y primero, fue cuando me leí La Historia Interminable y El Señor de los Anillos. Durante primero, arrasé con la estantería de Lovecraft. El listón estaba muy alto, así que es normal que todo lo que mandasen en el colegio me pareciese una rechufla supina.
 Mastico libros juveniles para desayunar

Recuerdo Bibiana y su mundo, que era la transcripción de un dramón de sobremesa de Antena 3. Nunca olvidaré la frase final: Aquel perfume, que olía a fresa, no se podía soñar. Recuerdo cómo me tocó las narices tener que leerme eso teniendo empezado El Silmarillion. Luego estuvieron Los escarabajos vuelan al atardecer, de la dichosa María Gripe, con su ficha de lectura. 

"El bacín de Andreas". Me encanta el insulto manchego.

El gran acierto de esta mujer (de La Terminator) fue Noche de enigmas, libro que recomiendo desde ya (estaba en la serie marrón de Ala Delta). Terror, posguerra, venganza, la releche con patatas. 

La portada es una truñejo, sí.
 
En tercero cambiamos de profesora de lengua. Me caía bien, aunque nos diese los apuntes en Comic Sans y fuese un poco hippie-estricta. Por lo menos sabía de lo que hablaba, aunque se cubriese de gloria también con las lecturas obligatorias. 
En aquel tiempo (me encanta comenzar algo así, queda como bíblico) ya se me había abierto de par en par la puerta a la fantasía épica. No me interesaba nada que no tuviera espadas, elegidos o profecías chungas.  Y lo primero que nos mandaron fue Caperucita en Manhattan. Ay, madre. Empiezo a pensar que el fervor revisionista de los cuentos clásicos (otro día le dedicaré una entrada a esto) empezó aquí. Había tarta de fresa y un pastel de espinacas en mitad de un jamón. La niña era tonta y la vieja-leñador maja. Lo recuerdo tan anodino... También cayó El misterio del brujo leopardo, que tenía más gracia, con líneas temporales y eso, aunque me dejó bastante fría.
Mientras, una se leyó El Ocho, Un mundo feliz, El juego de Ender, Añoranzas y Pesares, La Canción de Albión, Olvidado rey Gudú, La Sombra Carmesí, El Señor del Tiempo, Serpiente del sueño, y podríamos seguir, que hay mucho "libro de una tarde" que no recuerdo.
En aquellos tiempos no tenía ni idea de si una historia estaba bien construida o no, de si las cosas estaban históricamente bien contextualizadas o de si ciertas palabras eran correctamente utilizadas. Lo que tenía claro era lo que me gustaba y lo que no. Dejad a las criaturas elegir. O, por lo menos, que puedan decir "me ha parecido un churro". Leer debería de hacernos libres, no esclavos de las elecciones ajenas.

martes, 17 de marzo de 2015

Lecturas obligatorias: primaria

He estado haciendo memoria y recolectando pruebas. Iba yo a hablar de las lecturas obligatorias y me ha salido tal tocho que he decidido hacerlo por etapas.
No sé cuándo le cogí el gustillo a lo de leer. Sé que en primero y segundo de EGB teníamos una biblioteca de aula y nos llevábamos cuentos para leer en casa, y que teníamos que leer en voz alta (el gran pain in the ass de las clases de lengua, caldo de cultivo para aburrirte en clase y desconectar mientras leían tus otros veintinueve compañeros, debería de estar prohibido por la Convención de Ginebra). 
En tercero de EGB, en un colegio y ciudad nuevos, casi todas las asignaturas nos las daba una monja, lengua incluida. Mi primera lectura obligatoria como tal fue La Rosa de los Hielos, de Carlos Puerto, que es un libro brutal con una niña que habla con los animales y que, además, es el tercero de una serie. Puede que me venga de ahí el placer morboso de empezar las sagas por la mitad.

Mi portada es distinta, pero esta también mola 
En cuarto de Primaria (mientras los de quinto seguían siendo quinto de EGB, soy de la generación cobaya de la LOGSE) la verdad es que no me acuerdo de si leímos o no. Sé que teníamos una hora de nosequé de la lectura a la semana que era una tortura mereenina, que consistía en leer la lectura del tema que tocase (había algunas bastante geniales, de hecho) y contestar a una serie de preguntas de "comprensión lectora" que hacían querer arrancarme la piel a tiras. No sé quién las redactó, pero me da miedo que siga suelto. 
Ejemplos gráficos:

 Cuidado, ¿eh? Es ORIGINAL y DIVERTIDO. No puedes elegir con qué divertirte, y si esto no te ha divertido ERES DEFECTUOSO. No tengas criterio. Ya te decimos nosotros lo que mola y lo que no.
 La pregunta número uno refleja muy bien el espíritu de todo el libro.
Desafío cero, señores.
Al "comenta con tus compañeros" también le tengo alergia. 
Debió de ser un día horrible.

En quinto... Dioses del Averno, qué curso. El libro que me hizo sangrar los ojos fue el sacrosanto Los hijos del vidriero, de Maria Gripe, que me dejó con cara de "ein?" y no disfruté en absoluto salvo por el cuervo. El cuervo molaba. La bruja tenía su punto, pero el resto era un quiero-ser-tétrico-y-no-me-sale. Gracias a los Poderes Innombrables, el otro libro que nos mandaron fue Con la cabeza a pájaros. Era un batiburrillo de aventuras con gente que buceaba en Las Meninas, ágil y ligerico y me lo leí en una tarde, sin que me estomagara. 
Entonces, a mi profe se le ocurrió la genial idea de que cada uno eligiésemos un libro para leerlo en clase. Y aparecí yo toda feliz con Juana de Arco, de Mark Twain. Todavía me acuerdo de la cara que me puso. No sé qué leerían los otros niños, pero yo me fui a las Guerra de los cien años y vi derramar sangre y quemar gente más feliz que las pesetas. Con diez años, maestros del mundo.
Sí, tengo un problema personal con la clasificación por edades.
En sexto tuvimos la misma profe de lengua, que molaba, pero tengo un trauma psicológico por culpa de Las palabras mágicas, una de las grandes decepciones de mi existencia. Empezaba bien, con un niño con mucha imaginación, pero luego se convertía en un pastel de moralina que, tachán, me trataba como si fuera idiota y no me fuese a dar cuenta de que intentaba meterme un "mensaje" con calzador. No me acuerdo del autor y no quiero buscarlo. Nunca. 

La respuesta pasivo-agresiva de la pregunta 9 
demuestra que ya iba a puntando maneras.

Os hacéis una idea del palo del que iba el libro.

Hubo más.
No tengo claro si fue también en quinto o ya en sexto cuando tuve que tragarme otro truño épico, Un monstruo en el armario. Tú lees esto y piensas en monstruos. Pues no, va de "cuánto quiero a mi abuelito". Y además lo contaban mal. Publicidad engañosa, señores. 

 Las preguntas son tremendas. 
Me sentía idiota contestándolas.
Tampoco coloco bien De profesión, fantasma, que estuvo bastante entretenido y cuyo trabajo de fin de lectura no fue un torniquete en el píloro. 

 Un trabajo más creativo: "haz un cómic de lo que has leído". 
Bastante mejor que contestar perogrulleces.

Empecé a pensar que El Barco de Vapor (todos los libros desde quinto eran de esa colección) era una especie de mafia chunga que tenía por objetivo quitar a los niños las ganas de leer para convertirlos en ignorantes y dominar el mundo en una generación. Pese al condicionamiento pauloviano que desarrollé, descubrí varios libros brutales en esa colección, aunque ninguno me lo mandaron en el colegio. No dejaré de recomendar Silvia y la máquina Qué, cuyo título es una piltrafa pero esconde una historia genial. Shhh, esos muertos, ¡que se callen! es una rayada que me hizo caerme de la silla de la risa. El dragón color frambuesa era de mis preferidos. No entendía por qué se empeñaban en mandarnos chorrigilimindreces habiendo tantos libros chulos por ahí. En la biblioteca, sin ir más lejos, podías coger lo que quisieras sin tener que contestar luego a preguntas absurdas como "¿Cómo se llama el protagonista?" 

Continuará...

domingo, 15 de marzo de 2015

Qué guapa estás

-¡Qué guapa estás!

Os ve aparecer y sonríe. No tiene muy claro quién eres, pero te clasifica inmediatamente en la categoría de "niña". ¿La niña de quién? De mi hermano, de mi primo. Cada día te toca ser de alguien distinto. ¿Y éste, quién es? Mi padre. Mi hermano. 

No tiene muy claro el qué, pero sabe que le tocáis algo, si es que sabe algo todavía. Quizá sólo lo siente. A lo mejor al perderse la cordura en el bosque en que se extravía cuando la enfermedad la abandona entre los árboles lo único que queda es ese instinto animal en el que reconoces a tu manada. Intenta hablar, pero no es capaz de hilar frases coherentes con más de cuatro palabras.

Ante la imposibilidad de comunicación verbal hace tiempo que decidiste simplemente cogerle la mano durante los brevísimos minutos del "pasar a saludar", ya que eso sí parece comprenderlo sin problema. Es tu hola, tu cómo estás y tu hasta luego.

Las palabras aquí no tienen jurisdicción. Lo que digas no importa. Importa la entonación, la música que significa "me alegro de verte". Un eco capaz de resonar en la espesura, de derrotar al silencio. Un eco que, paradójicamente, lo que acalle sea tu miedo. Tu terror cerval a, un día, encontrarte perdida en el bosque también.

viernes, 13 de marzo de 2015

Libros de señores muertos: Mundodisco

Ayer a estas horas estaba yo intentando digerir la noticia terrible. Terry Pratchett había muerto, a los 66 años, después de bregar con una enfermedad horrorosa. Una de las primeras cosas que pensé fue qué iba a pasar con todas las historias que no le había dado tiempo a contar. Dónde se quedan las cosas que no te da tiempo a decir.



Como me temo que es una duda que me perseguirá siempre, voy a quedarme con lo que sí escribió y, cual abuelo cebolleta, contar mi experiencia con los libros de este señor.

Tenía yo quince años y estaba haciendo una colección de libros de fantasía épica del Círculo de Lectores. Iba yo buscando fantasía solemne. Me lo tomaba todo muy en serio en aquella época, empezando por mí misma. Mi mundo se iba al garete y necesitaba universos en los que los hechizos funcionasen de verdad para escapar. El miedo al pitorreo era cerval. Así que, cuando llegó a mis manos Brujerías, pensé "¡Hala! ¡Una de brujas!" y me puse a leerlo ávidamente. No estaba preparada para palabras como "martes". No me esperaba brujas que tomasen el té con pastitas con forma de murciélago. Me pareció una parodia barata. Me enfadé y lo cerré. Me sentí estafada y ahí se quedó el libro, muerto de risa. Venía con Rechicero, el cual también intenté empezar a leer pero abandoné al encontrármelo con el mismo tono.

Esta era la edición.
Con una portada la mar de sugerente, además.


Tiempo después, ya en bachillerato, tuve uno de esos días de "quiero leer algo pero no sé el qué". Volví a coger Brujerías. El libro era el mismo, pero yo empecé a leerlo de otra manera. No me esperaba nada. No tenía ninguna expectativa. A ver qué era, ya que fantasía, tal y como yo la entendía, desde luego no era.

Aquello iba de la realidad, desde luego. Yaya Ceravieja era, en fin; Yaya Ceravieja. Cuando me lo acabé, cogí Rechicero inmediatamente después. Rincewind me cayó mal y no solté el libro hasta la última página. La solapa prometía que había más. Casi una treintena. No recuerdo bien el orden en que me leí el resto. Por primera vez, no me importó que un libro de ficción me enseñara cosas. Descubrí que era porque no pontificaban ni me trataban como si fuera idiota. Me supuso una mezcla entre cura de humildad, epifanía y vía de escape.

En la famosa solapa también decía que había escrito un libro con un tal Neil Gaiman, que no me sonaba de nada. Me compré Buenos Presagios y fui feliz. Empecé a comprarme los títulos nuevos según salían, pero en cierto momento dejé de hacerlo. Me faltan por leer un par de la Guardia de la Ciudad y no sé si dos o tres de las brujas.

El último libro que he leído ha sido Me vestiré de medianoche. No sé si me leeré todos los que me faltan, porque así siempre quedará algo. Será como si aún tuviera historias que contar, cosa que proporciona un cierto colchón mental para la pérdida. No tendré que despedirme del todo mientras quede algún libro suyo por leer.

sábado, 7 de marzo de 2015

Esas palabras que no son como deberían

Aquí estoy, hablando sola otro rato. 

Hoy, que he acabado de escribir (que no de corregir) mi proyecto con árboles y animalicos varios, he de dar una pincelada a lo que conté el otro día. Quiero hablar de ese momento en que Almudena Cid ha fallado el lanzamiento y Anna Bessonova se le acerca:
-Jo, casi te sale perfecto.
-Sí, me he desconcentrado un momento y se ha ido al garete.
-Vaya, a mí me ha pasado alguna vez. ¿Has probado tal?
-Sí, pero no me funciona, me da alergia.
-¿Y si pones el tobillo así?
-Ah, eso puede ayudar, mira.
Es un diálogo absurdo, lo sé, sólo quiero transmitir la sensación que se tiene cuando se te acerca alguien que entiende del del tema intentando ayudar, no regodearse aprovechando un error tuyo. Hay mentores durísimos, que corrigen a sangre y fuego, pero que controlan lo que están diciendo y no se pitorrean de ti. Las correcciones con criterio son necesarias.

Yo tengo unos problemas bestiales con el leísmo. Bestiales. Tengo que repasarlo todo treinta veces para asegurarme de que no me he dejado ninguno y, a veces, me quedo atascada en un párrafo invocando al dios de la gramática hasta que veo la luz. Agradezco mucho la ayuda en este aspecto en concreto; me han enseñado varios trucos a lo largo del tiempo para solventar ciertos casos ante los que ya no me aturullo.

Luego están las palabras que no son como deberían ser. Esto es simiente de otro surco.

Hay palabras que he leído y escuchado y mi cabeza ha decidido que eran de una manera. Así, alegremente. Me he pasado años usando esas palabras sin que nadie me corrigiera, hasta leerlas en un contexto distinto o hasta tener un programa de escritura en el ordenador que las subrayara y me hiciera preguntarme qué narices estaba mal con ella si toda la vida de dios había sido así. Tengo una fijación chunga con las erres.

Discusión fue una decepción enorme. Yo siempre había entendido discursión, una erre bien grande ahí, dándole fuerza al enfrentamiento y al intercambio de argumentos. Además, estaba por ahí la palabra discurso. ¿No es discutir acaso, la mayor parte de las veces, soltar tu soliloquio pasando una mierda de lo que te dice tu interlocutor? Eso es lo que se ve en el Congreso todos los días, vamos. Ah, pero resulta que que discusión no viene de discurso sino de discutir. Mierda. Esto lo descubrí ya en bachillerato y se me cayó el alma a los pies.

Cuando me leí El Señor de los Anillos y El Silmarillion, hubo nombres que leí de una forma y así se quedaron. Galardriel, Finglofin... Creo que había alguno más. Estos me dolieron menos, pero siguen grabados a fuego como los nombres "originales" y tengo que concentrarme en leerlos bien. 

Todo glamour y buen hacer.

Luego está el adjetivo ominoso. Esa palabra apareció en mi vocabulario en bachillerato, estudiando el siglo XIX, en concreto una etapa llamada "La década omniosa". Ahí lo lleváis. De mala que fue la década, era todo lo mala que podía ser. Y me quedé tan ancha. Creo que hasta cayó en Selectividad. Yo seguí años y años con el concepto de omniosidad en mi vida, feliz como una lombriz, hasta que leí algo de un presagio ominoso. What? El diccionario me sacó de mi error. Qué decepción.

Para terminar está el usurpador. Esta la he descubierto hace relativamente poco (unos siete años, cuando empecé Canción de Hielo y Fuego). Una vez más, en mi cabeza, la palabra correcta era ursurpador. Sí, sí; ese tío que se hace pasar por oso. 

¡Quierro tu trrono!

Además seguro que venía de cuando algún Ursini, esa familia italiana tan maja, se había colocado en el puesto de otra persona. Vamos, una explicación etimológica y todo. Estaba yo leyendo y lo vi una vez. Pensé que era una errata. Luego, apareció una segunda. Y una tercera. Así que fui a mi amigo el diccionario, una vez más, y volvió a desvelarse la terrible verdad: a la palabra le faltaba esa r que le da la fuerza. No parece igual de chungo un usurpador que un ursurpador. El segundo parece tener de su parte a toda la mafia rusa, dónde va a parar.

¿A alguien más le juega malas pasadas el área de Broca?