jueves, 23 de julio de 2015

Lecturas no obligatorias: batiburrillo VI

Entrada programada con libros bonicos.

El conejete de la esquina es brutal.


Doneval, de Graham Dunstan Martin. Este viene envuelto en halo místico. Estaba en casa de mi prima, la cual no se ha caracterizado nunca por leer. Un verano que me pasé dos o tres semanas en el pueblo lo vi y lo fui devorando en las horas de la siesta. Está más que descatalogado y no me importaría que alguien me lo regalara (para cuando salga esta entrada mi cumpleaños estará al caer, EJEM EJEM...) Además he descubierto que tiene continuación, Favila. Si me queréis, traérmelo. Va de un chaval con cabras y sin poderes que se mete en un embrollo de narices y vive aventuras y cosas. No me acuerdo de más.

Disturbances hay muchas.




Trigger Warning, de Neil Gaiman. A ver, qué voy a decir yo de este hombre. Este libro de relaticos sigue su línea de caja de bombones rusos (nunca sabes si el siguiente relato va a dejarte en una nube todo el día o a perturbar tu sueño una semana). Mención especial para Click-Clack the Rattlebag y The Thing About Cassandra. Además, la portada es bestial.

 La portada de esta edición es un poco meh. 
Haced como que no la habéis visto.

Esperanza del Venado, de Orson Scott Card. El hecho de que la historia esté contada desde la voz de un personaje que no puede mentir ya da gustete. Tiene una de las malas más malas de todas las malas malosas que jamás osaron erigirse en antagonista. El tono es devastador de lo poético que es. A mí me puso bastante mal cuerpo, pero mal cuerpo del bueno, ya sabéis.

lunes, 20 de julio de 2015

De ficción, vida analógica y cosas que decir

Últimamente me prodigo poco en el proceloso mar de internet. Probablemente sea porque inivierto casi todas las horas de vigilia el océano de la vida analógica, con eso de trabajar y cobrar y tener vida social con personas que respiran y eso. Asomar el hocico fuera de la caverna platónica implica pasar un poco de las sombras chinescas, qué le vamos a hacer.

Venía yo a desbarrar un rato sobre el papel de la ficción en la vida. Sí, en la analógica. Como me he metido yo solita en un berenjenal de nivel 30 empezando a escribir una historia sobre los límites morales en situaciones límite ahora tengo que ver qué hacer con esos límites y me siento un poco rara forzando esas situaciones límite ficticias. ¿Debería? ¿Es la ficción el laboratorio donde experimentar en simuladores qué podría pasar en tal o cual caso, e identificar ciertas señales chungas en el mundo real? Yo tengo claro que no quiero un mundo donde los niños se crían en botes gracias a Aldous Huxley, por ejemplo. ¿O debemos evitar menear ciertas cosas no sea que a alguien se le ocurra la brillante idea de ponerlas en práctica, como decía mi bisabuela que pasaba con las películas de crímenes?

De un tiempo a esta parte, con la adultez, la vejez y los achaques cerebrales asociados, tiendo a pensar que de haber un lugar seguro en este plano ése es la ficción. Es el único sitio donde puedes contar con que las cosas puedan salir bien o tengas la oportunidad de salir vivo si las posibilidades son de una entre un millón. Eso no pasa en la vida real. ¿Debería la ficción entrenarnos para la vida real u ofrecernos solaz y refugio frente a ella? ¿Debe hacer las dos cosas?

 ¿Un muro protector o una Sala de Peligro?

Aparte de las preguntas retóricas de Schrödinger que jalonan mis sesiones de escritura he de comentar que, además de la irrupción de Urboja próximamente, hay otro librico que asomará su hociquito potencialmente en primavera. Tiene otro público y habla de la identidad, mayormente. Ya os contaré cosicas, ya. También quiero apuntar que uno nunca escribe tanto como cuando tiene algo que decir. Es la perogrullada del año, lo sé, pero me fascina cuando las perogrulladas se cristalizan a niveles místicos. 

Pues eso. Leed. Ya caerá algún batiburrillo programado para despertar vuestras ansias lectoras.