jueves, 22 de septiembre de 2016

Libros de señores muertos: de Occidente, el olvido...

No sé por qué Olvidado Rey Gudú no tiene una legión de fanses montando la Olar Weekend cada año ni entiendo por qué no hay camisetas de Ardid. Esta es una historia de fantasía de la buena: fantasía de la de antes, en que los países fabulosos podían encontrarse en algún lugar del mapa de nombre impronunciable. Es además una historia en la que la gente es gente: hasta el cenutrio mayor del reino tiene capas. Como las cebollas, que diría Shrek. 



Es un cuento de hadas contado como un libro de historia. Es más lírico que épico, y cuando digo lírico me refiero tanto al contenido como al continente. La prosa es... Ana María Matute. En serio, las descripciones son maravillosas, van a la yugular. Y el narrador, que es una especie de consciencia omnisciente (con la voz de Constantitno Romero en mi cabeza), es bastante imparcial, de forma que las cosas buenas y las malas están en el mismo plano consiguiendo además que a veces no se sabe si las buenas son buenas y las malas son malas. Pero, también, tiene "personalidad": es exquisitamente poética.

Sí, me gusta este libro.

Por supuesto, habla de olvido. De un capítulo a otro, el olvido se va colando entre los párrafos, asomándose aquí y allá. Infancia perdida, buenas intenciones que se olvidan según se pronuncian, el olvido como bálsamo, el olvido como maldición... Si no se te encoge el alma poco a poco según lees es que no tienes.

 Presentad vuestros respetos a Ana María Matute

Su densidad es parte de su encanto. No es una lectura fácil y las cosas pasan despacio, pero a diferencia de en CdHyF ese "despacio" es poético. Se disfruta más que se tolera. No es un libro de cosas que pasan, sino de cómo pasan las cosas. Además, la imbricación de historias de índole diversa crea unos cambios de ritmo y de ánimo que pueden llegar a agotarte emocionalmente.

Es un pedazo de libro. Hay que leerlo despacio. Y, por lo menos, releerlo una vez cada quince años. No creo que termine de sacarle todo el jugo hasta que cumpla ochenta años. No se me ocurre día más simbólico que este primero de otoño para hablar de este libro. Así pues, hijos míos, leed.

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