miércoles, 18 de marzo de 2015

Lecturas obligatorias: secundaria


Volvemos a la carga.
En primero de ESO la de lengua era otra monja a la que cursos superiores conocían como La Terminator. También me dio clase en segundo, así que tengo los libros de esos cursos un poco confusos. Ese verano, entre sexto y primero, fue cuando me leí La Historia Interminable y El Señor de los Anillos. Durante primero, arrasé con la estantería de Lovecraft. El listón estaba muy alto, así que es normal que todo lo que mandasen en el colegio me pareciese una rechufla supina.
 Mastico libros juveniles para desayunar

Recuerdo Bibiana y su mundo, que era la transcripción de un dramón de sobremesa de Antena 3. Nunca olvidaré la frase final: Aquel perfume, que olía a fresa, no se podía soñar. Recuerdo cómo me tocó las narices tener que leerme eso teniendo empezado El Silmarillion. Luego estuvieron Los escarabajos vuelan al atardecer, de la dichosa María Gripe, con su ficha de lectura. 

"El bacín de Andreas". Me encanta el insulto manchego.

El gran acierto de esta mujer (de La Terminator) fue Noche de enigmas, libro que recomiendo desde ya (estaba en la serie marrón de Ala Delta). Terror, posguerra, venganza, la releche con patatas. 

La portada es una truñejo, sí.
 
En tercero cambiamos de profesora de lengua. Me caía bien, aunque nos diese los apuntes en Comic Sans y fuese un poco hippie-estricta. Por lo menos sabía de lo que hablaba, aunque se cubriese de gloria también con las lecturas obligatorias. 
En aquel tiempo (me encanta comenzar algo así, queda como bíblico) ya se me había abierto de par en par la puerta a la fantasía épica. No me interesaba nada que no tuviera espadas, elegidos o profecías chungas.  Y lo primero que nos mandaron fue Caperucita en Manhattan. Ay, madre. Empiezo a pensar que el fervor revisionista de los cuentos clásicos (otro día le dedicaré una entrada a esto) empezó aquí. Había tarta de fresa y un pastel de espinacas en mitad de un jamón. La niña era tonta y la vieja-leñador maja. Lo recuerdo tan anodino... También cayó El misterio del brujo leopardo, que tenía más gracia, con líneas temporales y eso, aunque me dejó bastante fría.
Mientras, una se leyó El Ocho, Un mundo feliz, El juego de Ender, Añoranzas y Pesares, La Canción de Albión, Olvidado rey Gudú, La Sombra Carmesí, El Señor del Tiempo, Serpiente del sueño, y podríamos seguir, que hay mucho "libro de una tarde" que no recuerdo.
En aquellos tiempos no tenía ni idea de si una historia estaba bien construida o no, de si las cosas estaban históricamente bien contextualizadas o de si ciertas palabras eran correctamente utilizadas. Lo que tenía claro era lo que me gustaba y lo que no. Dejad a las criaturas elegir. O, por lo menos, que puedan decir "me ha parecido un churro". Leer debería de hacernos libres, no esclavos de las elecciones ajenas.

1 comentario:

  1. Lo de las fichas de libros me trae muchos recuerdos. En clase usaba exactamente las mismas que has puesto en la foto. Yo no recuerdo muchas lecturas obligatorias de libros modernos. Además, ¿por qué elegían esas y no otras? ¿Los profesores aceptaban regalos de los autores para obligar a los chavales a comprarlas, como hacen algunos médicos con las recetas y los regalos de los comerciales de las farmacéuticas?

    Lo que sí recuerdo con horror eran los clásicos. O sea, novelas que parecía que te tenían que gustar sí o sí (si no es que eras tonto, al fin y al cabo, son CLÁSICOS). Gracias a esto descubrí la Celestina y autores geniales como Baroja o Valle Inclán, pero también tuve que tragarme al pelma de Galdós y a Cervantes. El Quijote fue la leche en su momento, pero cuatrocientos años después, pues como que pierde un poco. Vamos, digo yo.

    Así que estoy contigo. Dejemos a los críos elegir.

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