lunes, 15 de septiembre de 2014

Tap, tap

Tap, tap.

Las gotas de agua golpeaban rítmicamente la ventana, cayendo desde el canalón, dejando surcos en el polvo ennegrecido, creando una débil ranura por la que entraba la luz.

Tap, tap.

La sangre, sin embargo, corría en hilos silenciosos por sus piernas, asumiendo el papel de las lágrimas que no se atrevía a derramar. No podía, sin embargo, limpiar un ápice de la suciedad que sentía envolviéndola. No habría luz para ella. Nunca más.

Tap, tap.

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